viernes, 1 de mayo de 2020

ESPLÍN. REGRESO AL CAOS. (Servando Gotor)


Hospital de Campaña por la pandemia del COVID 19
IFEMA - Madrid (Foto: Pedro Amestre - El País)


La estancia era infinita, fría y luminosa.

Bombillas, lámparas… Llegarían hoy a casa. Un juego de dos. Y yo aquí, sin poder salir. A buenas horas… El baño sin luz, las dos lámparas a un tiempo…  Y el puto flexo ese que siempre me saca de apuros… Hmm… ¡Qué jodida esta respiración…! Si pudiera, ahora mismo me tiraría por una ventana. Pero me fallan las fuerzas. Si al menos viera… ¿Habrá ventanas aquí?  El resplandor me ciega. Pero no, eso no es lo peor… Lo peor es la nostalgia de quien solo se siente huésped… (¿quién dijo eso?). Es como yo me siento aquí… un huésped, un eterno huésped, que va subiendo peldaño a peldaño por la calle de la miseria…

Sí, la estancia era infinita. Infinita, fría y luminosa. Al menos así la presentía, porque mis sentidos estaban muy limitados. El aburrimiento era enorme aunque no mayor que el de por ahí afuera. Ahora, además, apenas veía ni oía nada. Pero un sombrío murmullo delataba que tenía gente a mi alrededor, bastante gente. Tranquila, eso sí: sosegada y a esa prudente distancia tan recomendada también en el exterior. A veces, puntualmente, se oían algunos gritos. Y solo las deficientes voces e imágenes que, filtradas, elaboraba a duras penas mi cerebro, me daban idea, junto a los dolores y el terrible ahogamiento, del extraño momento que estábamos viviendo. Y de mi terrible situación física… Cada despertar, por muy débiles que tenía los sentidos, era un verdadero martirio.
Entre la consciencia de la vigilia y el apagón del sueño, suele haber un momento de transición muy breve que siempre he intentado retener pero que siempre acaba por escaparse. Porque cuando las tinieblas te envuelven, desapareces.  Pero alguna vez… Alguna vez he estado a punto de atraparlo. Es más, por décimas de segundos, por milésimas quizá hasta he conseguido retenerlo. Te acuestas y, en la cama, piensas. Piensas y recuerdas.  Y dominas recuerdos y pensamientos, hasta que llega un momento en que son ellos los que te dominan a ti. Es en ese preciso instante en que la inconsciencia ha vencido a la consciencia pero aún no ha conseguido eliminarla del todo. Recuerdos y pensamientos se confunden con sonidos externos: el tráfico, la lejana bocina de un camión, campanadas anónimas... Quizá las últimas. Porque siempre dudas del regreso, del despertar. Y todo, todo, se cruza y amontona como en un palimpsesto.

Bombillas, lámparas… Llegarían hoy a casa, y yo aquí, sin poder salir… Una copia de un poema escrito por mi madre el mismo día que nació mi hermano… ¿lo recuerdas…? Setenta veces siete ¿Setenta…? No, no... lo correcto sería o setecientas o diez veces siete… Ya, sí, pero suena mejor así… El oído, claro… Qué aburrimiento. Lo peor es el aburrimiento. No, no seas ingenuo, es Graco, el cazador…  Pero, ¿quién es libre siendo inferior?... Antonio, mi amigo Antonio me lo ha dicho: esto es como en el Diario de la peste de Defoe. Sí, como en el siglo XVII. Lo mismo… carros atiborrados de cadáveres… solo que ahora no los ves. Pero existen… ―¿Tienes miedo, madre…? ―A mi edad no se teme mucho…London Bridge is falling, down falling down… Hasta el rumor del agua parece iluminarse.

Sí, llega un momento en que la consciencia se rompe, y el pensamiento, los recuerdos, se hacen añicos. Dejas de dominarlos. Yo he podido examinarlo… Sentirlo. ¡El plácido caos! Ese dejarse llevar… El caos del que venimos y al que volvemos. Al que pertenecemos. La vida no deja de ser un calvario tan intenso como inútil hacia el orden, un orden del que solo nos libramos con el sueño y, al final, con la muerte. El orden, sí. La consciencia. La lógica. Eso a lo que llamamos vida. Ese maldito sistema que nos esclaviza y martiriza: piensa por la mañana, actúa al medio día, come al atardecer, duerme por la noche… Pero hay un punto en que… Sí, yo lo he conseguido. Yo he tenido, he sentido, destellos de ese caos. El verdadero paraíso perdido, al que solo se regresa definitivamente con la muerte. Poco tiempo, cierto. Pero, sí, yo he llegado a palpar ese material de desecho, esos rastros fragmentarios… La materia, la verdadera materia de que están hechos los sueños.
―Hola, ¿qué tal hoy?
―No insistas, no te oye.
―¡Hola…!  ¿Hola..? Sí, no parece oírme…
Pero los oigo, claro que los oigo. Lejanos, pero los oigo. Y no solo los oigo, acierto a escuchar lo que dicen. Ellos creen que no, pero todavía, y aunque sea por momentos, me entero de todo.
―Entonces…
―Sí, a la UCI. Ya…
¿Dolor? ¿Angustia por el ahogo…? Sí, también el dolor y el ahogo, en ese preciso instante, van diluyéndose. Pero qué dicen estos tipos. Sanitarios, sin duda... Ahora veo, ahora alcanzo a ver algo. Qué nave tan grande. Camas, pijamas celestes, médicos… Lo había visto en la tele…  Pero qué asfixia, ¡qué terrible asfixia! Me llevan a la UCI, claro… Bueno, parece llegado el fin. Mejor. Moriré solo, sin familia. Pero solo, no por el coronavirus, sino porque no tengo a nadie. Siempre he estado solo…

Y si vuelvo a casa, el baño seguirá sin bombilla… Con el flexo… Hmm… ―¡Laufend!  ―Ya lo has oído: ¡En marcha! … ¡Qué asfixia…! Eduardo, tú por aquí! ―¿No lo sabías…? Estamos montando una sala VIPS, aquí, en el aeropuerto… Ya se acerca, ya se acerca ese mágico instante. Atento, tal vez sea el último… Y bajé. Bajé y la besé… Y entonces pregunté: ¿es que basta la firme convicción de que algo es tal cosa para que lo sea? Y respondió: Todos los poetas creen que sí…

―Pero queda una plaza, una sola plaza…
―Ya… Ya veo.
―Hay que elegir, ¡coño! ¡Otra vez tenemos que elegir…!
―No, perdona. No hay elección. Esta muy claro: primero aquel...
―¿Por ser quién es…?
―¡Ya basta, cabrón! No compliques las cosas… Es más joven que este pobre hombre… ¡Punto!

Bajó ella y bajé yo. Bajó y bajé. Bajé y me besó… Cris. ¡Cris, cariño…! ¡Mi auténtica venus alada…! Qué solo sin ti!


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(Servando Gotor)






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