lunes, 20 de julio de 2009

SAN ALOYSIUS DE FILADELFIA CON SOMBRERO DE PAJA (Servando Gotor)


En estos tiempos en que a costa de una pretendida “igualdad”, retrógrada, imbécil y enajenante, se están recortando libertades individuales elementales -y no me refiero sólo a España, sino a las democracias occidentales en general-, me viene a la cabeza la denominada “leyenda dorada de un hombre que sacó su sombrero de paja antes de temporada”. La cuenta un personaje de John Dos Passos en las últimas páginas de “Manhattan Transfer”: “¿Has leído la historia de ese hombre de Filadelfia al que mataron porque salió con sombrero de paja el catorce de mayo? Es para desternillarse… Ese hombre tuvo la temeridad de defender su sombrero de paja. Alguien se lo había abollado, él empezó a pelear, y en medio del jaleo uno de esos héroes de esquina se acercó por detrás y le rompió la crisma con un tubo de plomo. Lo recogieron con el cráneo roto y murió en el hospital… ¡Y que hablen del soldado desconocido…! Ese sí que es un héroe.

No cabe duda que el soldado desconocido puede luchar por dignos y heroicos ideales, pero también puede hacerlo obligado (lo que, según cómo se mire, podría tener incluso más valor) o movido por otros muchos intereses, como –poniendo un poner- el hambre, que tampoco está mal como épica motivación. Otras veces acude al frente para ganar unos buenos duros o una eminente situación (algo muy común en la Edad Media como forja de aristócratas). Bueno, pues el señor del sombrero de paja murió nada menos que por defender su personalísimo derecho a hacer lo que le daba la real gana.

Y es que el sagrado derecho a la libertad lo impregna todo. Henry James, comienza su novela “Washington Square” constatando que en Estados Unidos la profesión médica ha gozado de gran reconocimiento reclamando para sí con el mayor éxito el epíteto de "liberal". Pero ¿qué es eso de “profesión liberal”? James la reivindica especialmente para los médicos; yo, por antonomasia, para los abogados. En todo caso, la exijo para todo oficio o profesión. Especialmente en tiempos de receso de libertades que (¡casualidad!) siempre coinciden con sociedades inmaduras, ociosas e incultas como la nuestra.

¿Qué es, pues, eso de “profesión liberal”? Simple y llanamente la que se ejerce de modo independiente sin sujeción a otras consignas que no sean las propias de su arte, ciencia u oficio. Pues bien, en estos tiempos, abundan (incluso están de moda) los artistas y profesionales que anteponen a los dictados de su ciencia los de un poder del que dependen. Resultado: un médico no puede curar bien si desde el poder se le imponen restricciones ni un artista puede crear por encargo, máxime si el encargo conlleva –además- un mensaje ideológico concreto. Y no digamos nada del periodista que, en lugar de informar, manipula, también por encargo; o del abogado que antepone al interés de su cliente cualquier otro. Insisto: la libertad profesional consiste en hacer bien tu trabajo sin sujeción a otros imperativos que los propios del oficio (“lex artis”). Y esta libertad, hoy, como el resto de libertades atraviesa una crisis profunda.

Por eso reclamo libertad para curar bien, para informar bien, para defender bien, para construir bien, para pintar bien. Libertad, en suma, para hacer nuestro trabajo, sea el que sea, bien. Y en todo lo demás: libertad para hacer lo que me venga en gana. Y para eso, para todo eso, sobran consignas. “Si fuera pintor –piensa el protagonista de “Manhattan Transfer”, al final de la novela- pintaría a San Aloysius de Filadelfia con un sombrero de paja en vez de aureola; y, en la mano el tubo de plomo, instrumento de su martirio, y yo, pequeñito, rezando a sus pies.”

("El Comarcal del Jiloca", 10/07/09)

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