Una tarde senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié. (A. Rimbaud)
sábado, 1 de noviembre de 2008
Canción de Otoño
Canción de otoño
(El Comarcal del Jiloca, 31/10/2008)
Con el otoño, Laura (la sonrisa ancha, la lluvia en el pelo) vuelve a pasar cada mañana junto a mi barricada para llevar a Tono al colegio. Octubre ha llegado moroso pero con un feroz nubarrón negro y tétrico que amenaza con destruirlo todo. Triste presente el que alberga un futuro incierto.
Laura es hermosa: tiene la belleza de la serenidad clásica. Es culta: atesora el conocimiento de todo lo humano porque nada humano le es ajeno. Feliz: su sonrisa abarca los infinitos paisajes del paraíso perdido. Es también inmortal, pues su corazón encarcela las más sublimes esencias del eterno femenino. Laura, en fin, es etérea, cendal flotante, bruma leve. Su espíritu pertenece al culto de lo cierto, lo veraz, lo digno y lo bello.
Pero este otoño su mirada carece de la luz habitual. Y, qué cosas, la veo más hermosa. Quizá porque esa sombra de tristeza realza la gravedad de sus clásicas facciones. Quizá porque un atisbo de languidez vela tanta perfección y al humanizarla la exalta.
Laura estudió filosofía y se interesó por la historia. Ahora ve algo que parecía imposible: un nuevo y fuerte intervencionismo estatal nada menos que en Estados Unidos. Y recuerda cuando leía y profundizaba en aquellas fuertes medidas de Roosvelt en 1933 -el New Deal- para intentar superar los manotazos del crack del 29. El panorama tétrico en que los felices 20 terminaron. El hambre, la depredación y el suicidio. Y todo lo compara con lo que vivimos ahora. Hasta la alegría idiota de los 90 es comparable –en realidad superior- a la locura de los 20.
Laura, cabizbaja, camino del colegio, aprieta con especial fuerza la manita de Tono. Y piensa si hizo mal cuando, por dignidad, con un punto de orgullo, rechazó una propuesta para entrar en política. Era muy joven y era también tan pura como ahora. Bueno, un par de diferencias: Tono no estaba aún ni cabía en la cabeza de nadie una crisis tan fiera como la actual. ¿Hizo mal? Superficialmente tiende a contestar que sí. Pero a poco que profundiza la dignidad se impone.
Ahora se inyecta dinero público en la banca. ¿Hasta los neoconservadores, los neoliberales, se han vuelto intervencionistas? Si la banca cae, si el poderoso se derrumba, se derrumba el sistema. Si el que cae es el vecino de la esquina o cincuenta o quinientos o cinco mil vecinos, el sistema ni se inmuta. Está claro: sistema y poder son lo mismo. Conclusión: nada más revolucionario ahora que la no intervención. Por eso los neocons optan por ella. Pero y nuestro gobierno tan de izquierdas, tan antiyanqui, tan antineocón, tan anticlerical, ¿no debería, precisamente ahora, optar por algo tan revolucionario como la no intervención?
Vendidos, son todos unos vendidos que se aferran al sistema. Ahora los bancos, los mismos bancos que embargarán nuestras viviendas, se están salvando con nuestros impuestos. Los nuestros, sí, los de sus víctimas.
Laura esta triste. Laura tiene un trabajo y una pequeña hipoteca. Pero si el trabajo falla fallará la hipoteca. Y si la hipoteca falla el banco, vivo gracias a los impuestos de Laura, la perseguirá hasta la extenuación.
Pero da igual. Para el hombre culto siempre hay más posibilidades, otras esperanzas. Al hombre culto es más difícil engañarle. Es más difícil exterminarlo. Porque el hombre culto atesora principalmente una enorme riqueza espiritual que jamás podrán quitársela los fuertes. El pobre ignorante que sólo tiene patrimonio material y se cree con él el rey del barrio ignora que es la víctima más fácil de la voracidad del sistema, ese sistema al que apoya y al que se agarra en un ritual imbécil y suicida.
Laura es hermosa. Cultamente hermosa. Y eso es inembargable.
(31/10/08)
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