sábado, 22 de noviembre de 2008

En la casa del río de El Guacamayo Azul

Aquí estamos: Concha, Narciso (Nar), Peparnáu-calvoarnáu (Er Pito de la Capadoccia) y yo en la casa del río de Concetta la noche que la inauguramos. Cuánta inspiración para nuestro Guacamayo Azul.



Susan es humana, demasiado humana, pero tal vez de su infancia le queda una ferocidad fija, una extraña facilidad carnívora para matar, un estilo venenoso de defenderse. A Susan le gusta mucho el Carrefour porque dice que se parece a Betanzos, aunque ella nunca haya estado en Betanzos, se vino directamente de Nueva Caledonia a Zaragoza, sin pasar por Puerto Príncipe. A veces llora sin motivo, con los ojos, sólo con los ojos, de pronto dos enormes lagrimones cruzan su cara y, goteando, caen al suelo, plop, plop.

Espesa de pestañas, decorada para enamorar, subida de tono y proclive al canto gregoriano, Susan anda de puntillas para acercarse silenciosamente al amor sexual, que tanto necesita siempre. En celo, enorme de tetas, elástica de estilo y cubierta de oro a borbotones, tantea a los machos de la manada esperando una respuesta de inmediata erección, sin cortejos ni entretiempos.

Susan, en un rincón de El Guacamayo Azul, frente a su vaso, aunque parezca que duerme, en realidad sueña. Sueña que te lleva abajo, a su casa junto al río. Persianas bajas. Párpados cerrados. Rayitos de luna perdidos bañan la casa del río. Con olor a hierba. Con ecos etílicos.

En la casa del río huele a jazz. A jazz, a bourbon y a mississippi. El saxo de Ben Webster que suena como ninguno, suena mejor en la casa del río.

Ahí están, sí. Ahí ve a los tres. Como en los mejores tiempos de El Guacamayo Azul, igual. Pero mejor aquí, en la casa del río, cerquita de mí: Paxton, el reverendo Brown y Maxwell, mi Maxwell.
(de El Guacamayo Azul)

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