domingo, 16 de noviembre de 2008

El Adriática Building (I)



Bermúdez, al que llaman el fariseo porque viste de faraón, afronta Conde Aranda con sólido monólogo.
En el Coso fija su mirada en el edificio Adriática, frente al hotel Oriente y a los restos de la vieja sala de cine. El Adriática, piensa, es como los primeros rascacielos de Nueva York pero en miniatura. Como un fragmento del Manhattan de MacCarthy en Zaragoza. Lo ve en blanco y negro y le llama Adriática Building.

-A ver, Larrode, qué, cuándo coño arreglamos el negocio ese.
-Usted dirá, Bermúdez.
-¿Qué tal mañana?
-Bueno.
-A las nueve tengo una reunión en el Adriática Building. En cuanto acabe, echamos un cafelito en el Savoy y le damos carpetazo, ¿ok?

Un día, Bermúdez vio salir del Adriática Building a Cary Grant. Cruzó el Coso hacia la droga Alfonso. Caminaba rápido. Semblante preocupado, traje gris de ralla diplomática y sombrero a juego. Un lucky strike en la mano izquierda y la derecha en el bolsillo. Pero no pudo abordarlo porque se adelantó una muchacha.

-Mr. Grant, ¿puedo ayudarle? ¿Conoce La Seo...?
-Sorry, carita de mono, llevo prisa, thanks.

Entró raudo en uno de esos taxis amarillos que Bermúdez ve a veces por el Coso, rápido siga a ese coche, y el yellow cab desapareció por César Augusta hacia las murallas.

(Por el East River y el Bronx
había sirenas que cantaban un blues,
poderosas caderas,
flotantes cabellos.

Por el East River y el Bronx
las secas hojas de otoño
derraman hilos de arena)


La única vez que Bermúdez vio un yellow cab libre, una madrugada de invierno, nevadita, crepuscular nevadita, así, en un plisplás, lo paró y le dijo al chauffeur, en tono bogart:

-Muchacho: dame una vuelta por el Upper East Side.

Y el chauffeur le explicó que una vez había paseado por Zaragoza a Cary Grant. Lo había cogido en Park Anevue. Se dirigían a la Estación Central, pero unas obras les obligaron a tomar la 53 hacia el Hudson. Y de repente, en lugar del Hudson, con la Expo toparon a orillas del Ebro. El Grant alucinó por el verde telecabinar y luego, ya en el Coso, confundió el Adriática Building, con un rascacielos de Chicago. Subió veloz a la décima planta porque trabajaba allí la única novia de su juventud. Ya en el ascensor comprobó su error: aquello no era Chicago. Miró el reloj. Recordó que a las 4 pm tenía una cita en el Chrysler. Bajó, y paró un taxi junto al cine Coso.

Al cruzar, una muchacha lo abordó:

-Mr. Grant, ¿puedo ayudarle? ¿Conoce La Seo...?
-Sorry, carita de mono, llevo prisa. Thanks.

Entró en el carro y salió en estampida hacia el Ebro. El Ebro se convirtió en Hudson, la Expo en Broadway y el Pilar en Sant Patrick. Y ya, desde allí, vuelta atrás: enfilaron la 43 y en un momento se plantó en el Chrysler. Miró el reloj: las 4 pm.

Bermúdez sabe que algunos taxis neoyorquinos se pierden entre sus calles y luego aparecen por la orilla del Ebro. Lo malo es que siempre van ocupados y no para ninguno. Bermúdez, al que llaman el hebreo porque viste de faraón, también vio una vez a Glenn Ford abofeteando a Rita Haywort junto a la droga Alfonso. En el Coso.
(Extraído de El Guacamayo Azul)

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