Una tarde senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié. (A. Rimbaud)
lunes, 24 de noviembre de 2008
María Jesús Mayoral
¡Puf!, quiero insertar aquí algo de María Jesús Mayoral (1) pero últimamente resulta imposible contactar con ella porque anda enfrascada en un cuento infantil que apunta lejos, a tenor de las breves ideas que hace ya algún tiempo me comentó en honorable primicia (Azulenca, Grisenco, la Bruja Calderilla...).
Los cuentos infantiles buenos, y éste estoy seguro que lo es o lo será (Maria Jesús no termina de explicarme si lo ha rematado o no), los cuentos infantiles buenos, digo, constituyen uno de los géneros literarios más universales y complicados. No es fácil trasladarse –rebajarse o elevarse, según se mire- a la inocencia perdida perfilando admoniciones e, incluso, posibilitando la más complejas y variopintas interpretaciones. Y recuerdo ahora un interesante estudio de Bruno Bettelhein que leí hace años (Psicoanálisis de los cuentos de hadas) en el que afloraba la complejidad del asunto. Los cuentos para niños nos hacen sentir como el retrato de Dorian Gray: nosotros envejecemos, ellos no.
Precisamente hojeo estos días dos enormes monumentos literarios que hablan de ángeles buenos y malos y del espacio celestial. Me refiero a El Paraíso perdido de John Milton y a la Arquitectura del Cielo de Emanuel Swedenborg. Jorge Luis Borges, cualificado admirador de esta literatura fantástica y especialmente de Swendenborg así como de la interpretación que de éste llevó a cabo William Blake (¡otro!), destaca que si para Jesucristo la salvación estaba en la ética Swedenborg añadía a esta la inteligencia y Blake, además, la estética. Al final –pienso yo- todo viene a ser lo mismo: ética, inteligencia y estética. La historia del Arte así lo acredita y, especialmente, el género narrativo infantil y fantástico.
Choca en estos momentos –es curioso- cómo una escritora zaragozana ya madura y de sobria pluma bucea en la inocencia (desde esa perspectiva artística -inteligentemente estética-) al tiempo que otra jovencísima, y me refiero ahora a Fabiola A.M. descuella con una prosa fresca e imaginativa que atesora una sorprendente madurez.
Y yo esperanzado.
Buenos tiempos para Orfeo y su lira, que decía Gracián.
(1) María Jesús Mayoral Roche nació en Villamayor de Gallego (Zaragoza}, donde reside. Ha realizado estudios sociales y trabaja en la Administración pública. Desde 1999 colabora en la revista Delta, con artículos de literatura epistolar, dentro de la sección titulada Cartas a Fabío. Su novela Los Castaños de Indias, editada en Zaragoza en 1999, fue su primera incursión en el género narrativo. Colabora de modo habitual con el Centro penitenciario de Zuera como monitora en el taller de literatura. Anteriormente lo hizo en el de Torrero. Ha participado en el libro colectivo de relatos Bécquer y el Monasterio de Veruela. Visiones.
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