miércoles, 4 de febrero de 2009

¿EXISTE DIOS? (I)

SGS

Menudo título. Como broma, vale. Pero quien espere una respuesta racional al asunto, va dado. Si yo la tuviera, la patentaría y me largaría a las Seychelles. ¡Al cielo! A vivir como Dios... manda. Porque ni los célebres argumentos de Avicena o San Anselmo convencieron a nadie. Pero lean cómo empieza el del segundo, que me encanta: “Dice el necio: no creo en Dios”. Ahí, sí, ahí lleva razón. Y eso es lo que voy a demostrar: que el ateo es un necio, como lo es quien cree posible probar la existencia de Dios. Y, desde luego, ni la Iglesia, a la que culturalmente pertenezco -me guste o no es tan inevitable como mi edad-, ni la Iglesia, digo, da una respuesta racional (científica) a semejante cuestión considerándola materia de fe. Buena salida: “no se molesten, pierden el tiempo”. Razonable, al menos.

Pero héteme aquí que en estos tiempos de “tanta” lectura y reflexión, en que proliferan y predominan mentes vacías como la de algún cantantillo que se calza una kefia (pañuelo palestino) -qué irresponsabilidad, oiga- indicando a miles de jóvenes el lado a situarse en el conflicto de Oriente Próximo, ahora, digo, en estos tiempos, aparecen reclamos para cierta militancia atea. Reivindican hasta un “Día del orgullo ateo” (esto me suena). Lo dicho: afirman taxativamente que Dios no existe. No “dudan” sobre su existencia: la “niegan”. Categóricamente. Y lo curioso es que estos maximalistas son los mismos que tildan de fundamentalistas a los meros “creyentes” católicos. (Ojo, quede claro: estoy hablando de convicciones íntimas, no de posturas interesadas, individuales o colectivas).

Pero vamos al toro: creencia y agnosticismo son dos respuestas ante la imposibilidad humana de conocer “la causa última” del mundo que palpamos. Porque si la existencia del universo y del propio ser humano se nos revela incuestionable ante nuestros sentidos, lo que nos está vedado es conocer la causa, el “por qué” están ahí. Conocemos el efecto, ese “estar ahí”, pero la causa nos resulta impenetrable. (Ni la teoría del Big Bang la explica, pues la propia explosión exige otra causa).

Y ante tamaña incapacidad, dos opciones: la racional, que sólo puede llevar a la duda (agnosticismo) y la sobrenatural: la fe, la “creencia” (religión).

La humilde aceptación de nuestras posibilidades de conocimiento, la “duda”, siempre será una postura honrada e inteligente. Esto es lo que diferencia al agnóstico del ateo.

Por su parte, también es honrado el “creyente” porque, en cuanto tal, no constata ni certifica la existencia de un Dios o un más allá sino que se limita tan sólo a “creer” en ese Dios, relegando al ámbito de la fe lo que sabe nunca alcanzará con el conocimiento (ciencia).

Lo dicho: ante el indicio, duda o fe. Dos opciones humanas, inteligentes y honradas. Pero, además, compatibles y hasta inseparables pues, a veces, la fe se nutre de agnóstica duda.

En cambio el ateo, soberbio y categórico, aun teniendo ante sí el enigma del universo y de su yo interior (otro universo), es decir, el efecto –el indicio-, niega la posibilidad de una causa última. Desconociendo la sustancia de los sueños pontifica sobre el origen del universo. Pura necedad. Como la del religioso que pretende sustentar racionalmente la existencia de Dios. A ambos exijo pruebas. Alguna causa habrá, ¿cual?, se ignora. Mientras, a falta de fe, seguiré humilde con las dudas que forjan mi barricada.

Hay agnósticos que yerran al proclamarse ateos. Así, Luis Buñuel, que no era idiota, afirmó “soy ateo gracias a Dios”. Quería decir “agnóstico”. Porque a renglón seguido mantuvo que “el ateísmo, por lo menos el mío, conduce necesariamente a aceptar lo inexplicable. Todo nuestro universo es misterio” (“Mi último suspiro”, 1982).

Insisto: hablo de convicciones internas. No de posturas externas, individuales o colectivas, mantenidas por notos intereses.


(El Comarcal del Jiloca, 23/01/09)

1 comentario:

  1. Y luego existe un tercer grupo: aquellos a los que les consta la existencia de Dios por revelación, como es el caso de los profetas y santos de todas las religiones.

    Existe un libro titulado "Escritos místicos de físicos cuánticos"donde el propio Einstein reconoce que, aunque la existencia de Dios, es indemostrable, él , contemplando el universo, ha experimentado "la visión".
    Los ateos están convencidos-con verdadera fe- de que los que creen en Dios son gentes sencillas, simples, menos inteligentes que ellos,que están de vuelta de necedades y creen en Ciorán traducido por Savater.

    Es un grupo muy pedestre, con poca imaginación.

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