Una tarde senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié. (A. Rimbaud)
martes, 21 de abril de 2009
Un tomate rojo, rotundo (Narciso)
Cojamos un tomate. Rojo, rotundo, evidente, ahí, con toda su desvergüenza de una sola pieza, indudable, sólido, tranquilo. Y ahora coge un ser humano. Pálido, de un blanco sucio, temeroso, desconfiado, inquieto, articulado, inestable, avergonzado. Estudié Magisterio con mucha vocación, pero un buen día, en el último curso, al llegar a casa vi un tomate encima de la mesa de la cocina y, de pronto, supe que nada de niños, que lo mío eran los tomates, así que compré un huerto y me puse a plantar tomateras como si estuviera corriendo el Tour, y hasta hoy. Nunca me he arrepentido, al contrario, cada día estoy más satisfecho con mis tomates. Mira qué cosa, completo, entero, se basta a sí mismo, lleva dentro su propio sentido, hermoso, de un rojo desafiante, con derecho a existir.
-No, si visto así, Timo, tal como lo cuentas, tienes razón, pero qué quieres que te diga, yo, al rato de estar con un tomate me aburro como un monaguillo.
-Me aburro, me aburro… es que tú, Vatio, siempre has sido un poco tornadizo y caprichoso. Coges un tomate, o dos, o tres, los que quieras. Los pones encima de la mesa, en el sofá, en la cama, donde más te guste. Que te cansas, los cambias de sitio. O los pones en fila, o en círculo, o dejas uno en el suelo y los otros en una silla, de espectadores… no sé, hay tantas posibilidades, Vatio. El domingo pasado me encerré en casa con media docena de tomates y me hicieron feliz.
-Si no te digo que no, Timo, qué quieres, pero a mí dame una rana y no necesito más… ahora, sólo con tomates… cada uno tienes sus querencias, compréndelo.
(Extraído de 'Cuescos' -Narciso-)
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