Me siento como una cerilla apagada. Si pudiera, me vendería en una tienda de todo a cien, que cualquiera me comprase para hacer recados, o para decorar, o para aprovechar mi ropa. Incluso para comerme, y cuando ya no quedara carne, los huesos para el caldo. Cada día comprendo mejor a los pollos. Sólo soy un pollo más de esta sociedad oscura, un pollo cansado, con las plumas escasas y enfermas que cada vez se caen más y más deprisa. Quizá es que me están desplumando para luego despellejarme. No, tiene que ser algo mucho menos amable, porque también me siento despellejado. Será que esta oscura sociedad cruel despluma y despelleja y devora al mismo tiempo, porque algunos días me siento devorado, como si me estuvieran arrancando la carne hasta el hueso.
Intento mantener las apariencias, sobre todo por mi familia y, visto desde fuera, hasta puede parecer que llevo una vida satisfactoria. Me animo, quiero que me vean vivo y contento, dispuesto a luchar. Pero yo sé que entre todos y nadie me están desplumando, despellejando, devorando. Nadie y todos. El vecino del tercero derecha, la hipoteca, el panadero de la esquina, mi cuñada, cualquier tipo que me cruzo por la calle caminando como si él lo hubiera conseguido. Todos y nadie, todo y nada, el coche que hace un ruido raro, la mirada de un adolescente, los macarrones con tomate de la cena, el vendedor de la farola todos los días en el mismo semáforo a la misma hora, mi hija que no acaba de encontrarse, esas cosas.
Pero sigo funcionando, sigo en marcha. No sé para quién ni para qué ni hasta cuándo, pero funciono, a veces incluso con energía. Supongo que hasta que me jubilen. El verano pasado fuimos a Noruega de vacaciones, casi dos semanas, no está nada mal, es lo que dice mi mujer, que de qué me quejo, que la vida siempre ha sido así, una mentira, una apariencia, un ir pasando. Funcionar para sobrevivir sin hacerse preguntas, el que piensa pierde. Hay que ser práctico, dice ella. Pero a veces el corazón me pide cosas vivas y extrañas, no sé, un sabor intenso, un sentido a toda esta historia, sí, a veces tengo ganas, muchas ganas de ponerme de pie, de no seguir más tiempo agachado y contenido como un pollo al que están desplumando y despellejando y devorando poco a poco, implacablemente.
¿Quién vive la vida que yo no vivo? ¿Quién me ha quitado la vida hermosa y fuerte y esforzada, la vida llena de ganas y deseos y amores por la que valía la pena levantarse por la mañana? Soy un pollo que quiere venderse en una tienda de todo a cien. Sesenta centavos de euro por un ciudadano todavía en condiciones que, en caso de necesidad, es aún comestible.
(Extraído de 'Cuescos')
Yo también me he sentido así, despedazado...
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