Por estar con ella, junto a ella, cerca de ella un minuto, un solo instante, me haría ciclista profesional y me cosería en la cara kilómetros, muchos kilómetros de carretera mal asfaltada, o incluso una dura etapa de montaña. Escribiría, mucho mejor que Proust y más deprisa, una búsqueda del tiempo perdido, para qué perder tiempo en buscar el tiempo perdido. Plantaría una banderita negra, de luto, al lado de cada flor, para no olvidar nunca que la vida y la muerte siempre van juntas. Me haría ecuménico y reunido como una pandilla de adolescentes. Plantaría lechugas y tomates y berenjenas y pepinos y patatas para verlos pudrirse despacio, para alimentar a los pájaros del cielo y a las moscas de la tierra, para sentir el olor funeral de mucha hortaliza junta, para entender un poco más la inexplicable vida.
Por estar cerca de ella me llamaría Austremonio, Maulán, Vinoco, Iltuto, o cualquier otro nombre que ni siquiera mi madre supiera pronunciar. Subiría al Aconcagua sólo para merendar y ver el paisaje al atardecer, desde la cima gritaría al mundo entero algo, cualquier cosa, lo primero que me viniera a la cabeza, idiosincrasia, por ejemplo, o mete el pescado en el frigorífico para que no se estropee. Añadiría siempre pasión a pasión, memoria a memoria, dolor a dolor. Me compraría un tiovivo de muchos colores, me subiría después al caballito negro y daría vueltas y más vueltas, día y noche, sin descanso, hasta que el tiovivo dejase de funcionar. Pondría nombres a todos y cada uno de mis sentimientos, buenos o malos, frecuentes o inusuales, familiares o extraños, grandes o pequeños, con tenacidad y paciencia, a la tristeza la llamaría Armengol, a la alegría Mariano o Sopatra, aún no le he decidido, a la rabia Alejandro Magno, a la desesperación Menefreda o André Kim, tampoco lo sé todavía, y así con todos y cada uno de mis sentimientos, tal vez para que dejaran de ser anónimos de una vez, como el Cantar del Mío Cid.
Por estar junto a ella serviría cada noche una cena completa para quien quisiera comérsela, primero, segundo y postre, con pan, bebida y servilleta de tela. Me volvería todos los animales del delta del Ebro, juntos y a la vez, sería los peces y las aves, los roedores y los insectos, las mariposas y los cuclillos, todos a una, y seguramente me iría a vivir tierra adentro, quizá a Bujaraloz o a Botorrita. Me pondría en el zapato izquierdo una china grandota y con aristas para acordarme a cada paso de la resurrección de la carne y de la resucitada piel de ella, de sus resucitados ojos, de su cintura resucitada y definitiva. Me haría veloz y distributivo como un motorizado cartero para repartir enseguida, inmediatamente, las últimas ofertas del sabeco. Sí.
(Extraído de "Cuescos" - Narciso)
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