Una tarde senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié. (A. Rimbaud)
sábado, 13 de diciembre de 2008
Llámame Sloan (Narciso)
Llámame Sloan, mi cuerpo se llama Sloan. Me gustan las ventanas abiertas, la piel desnuda, el tabaco mentolado. Mis palabras preferidas son vulnerable, azafrán y puerto, en este orden. Mi actividad es casi siempre crepuscular y nocturna, odio la luz del sol. Odio el vino blanco, la indecisión y los lugares cerrados o mal cerrados.
Perdóname, Alejandra, pero dime cómo, o por lo menos cuándo. No recuerdo haberte ofendido, pero son muchas, ya demasiadas, las cosas que no recuerdo. El color del mar, por ejemplo, o qué carajo es una golondrina. Me suena a gasolina y a golosina, pero no caigo. Tampoco acabo de recordar en qué se diferencian un hombre y una mujer. ¿Y un peine, para qué sirve un peine? Con esas púas parece un arma, no sé. Dicen que los caballeros nunca se quejan, nunca miran los escaparates y nunca hablan de sus amores, de eso sí que me acuerdo, aunque no sepa bien lo que es un caballero. Arquero zapatero. Qué balumba de palabras, hay demasiadas, yo creo que con menos de la mitad nos arreglaríamos. ¿Y una hija? Se me acercó una persona, creo que era una mujer, y me dijo: soy tu hija. Y luego se quedó mirándome como si yo tuviera que decir o hacer algo especial. Pero qué. ¿Era amiga o enemiga? ¿Me pedía dinero, acaso? ¿Venía a detenerme, a traer una receta de cocina, a mirar escaparates, a quejarse? ¿Qué es, qué hace una hija? De todos modos, no me cayó simpática, se comportaba como si le debiera algo. Quizá tenía que darle la camisa, o los zapatos, o el televisor, pero nadie me dijo nada. Y creo que me porté como un arquero.
Llámame Sloan y deja que me tatúe en el bajo vientre la rosa de los vientos. Yo era maquinista, como Desdémona. Como Otelo. Capitán de barco, yo tenía un bajel, una vida azul, un prestigio. Encárgueselo a Sloan, es el mejor, vi cómo ganaba a los bolos a un escocés. Si Shakespeare hubiera escrito sobre mí sería inmortal, hay que joderse. Me representarían en todos los teatros, harían tesis sobre el interesante personaje de Sloan, uno de los mejores de Shakespeare. A lo mejor esa que me ha dicho: Soy tu hija, era en realidad Shakespeare. Y yo receloso, desconfiando. Pero nadie me ha explicado nada. Mi cuerpo se llama Sloan. Mis palabras preferidas son vulnerable, azafrán y puerto, en este orden.
- No, Sloan, un padre nunca ofende a su hija. Sólo te rogaría que dejaras de una vez por todas la bebida.
Sloan bajó la mirada sin contestar. ¿La bebida? ¿Dejar, Alejandra, la...? ¿Qué bebida? Ay, pobre Sloan. Pobre Alejandra. Y Paxton se pregunta por el lado frágil. Ni siquierá sé qué es el lado frágil, se dice. Alejandra, por ejemplo, ¿está en el lado frágil? Es demasiado hermosa. Una mujer hermosa decide mejor y más deprisa que un avezado corredor de bolsa. Quizá a Alejandra le gustó demasiado su adolescencia. O tal vez comprendió que, a partir de cierta edad, sería una más, otra, cualquiera. Alejandra, tan hermosa que parece irreal. ¿No quiso, no supo aprovechar su belleza? Vamos, vamos, cuando algo es tan prodigioso nadie sabe utilizarlo bien. A los dieciséis, a los dieciocho, a los veinte años, Alejandra habría tenido que desaparecer, disolverse en el aire de pronto, cualquier otro destino era para ella un destierro, una condena, una humillación. Con mil cañones por banda.
(De El Guacamayo Azul)
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