‘Susan, hermosa, buscona mía, lo único que te pido es que me quieras sin pudor, sin convenciones, sin vergüenza, sin formalismos, sin educación, como dios te dé a entender, como amarías a tu hijo recién nacido, como querrías a tu padre si se estuviera muriendo, sin miramientos, sin memoria, inmediatamente, con tierna y obscena pasión, con todo tu cabello, con todos tus dientes, con toda tu piel, sin paciencia, sin demora, con infinita y cruel ternura, salvándome de un naufragio de sangre, de una herida de bala’. ‘Pero, Max, ¿cómo hago yo todo eso? Creo que me pides demasiado, cielo’.
‘Susan, ámame sin pensarlo, sin inteligencia, sin orgullo, como una sacudida fija, asfixiándome en una habitación cerrada, con todos tus trenes, con todos tus corceles, poniendo peldaños, curándome las heridas con leche y miel, tirándome al abismo, sin agua, sin sentimientos, cubriéndome con hojas podridas, pintada para matar, tóxica, dulcemente venenosa, como una extranjera cruel, como una madre dándome de comer, sin culpa, sin alegría, sin sosiego, sin descanso’. ‘Cálmate, Maxwell, cálmate, que no entiendo nada, chato’.
‘Susan, Susan, cuerpo mío, lo único que te pido es que me quieras como si tu hijo se acabara de morir, como si acabaras de matar a tu padre, como si tú y yo estuviéramos muriéndonos y matándonos, sin recuerdos, sin infancia, sin comida, como si quisieras curarme y contagiarme la lepra, parpadeando con suavidad, como si quisieras poner y extirpar un maligno cáncer en mi corazón, besándome despacio, con quemaduras, como si me buscaras en una balsa de estiércol, descalza, desnuda, enferma, horrible’. ‘No sigas, Maxwell, que me estoy mareando’.
(extraído de El Guacamayo azul)
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