jueves, 19 de noviembre de 2009

TRINCÁPOLIS (Antonio Envid)

Una mañana es detenido por la policía un oscuro concejal mientras recibía un soborno por parte de la empresa que explotaba los servicios de limpieza municipal. La noticia apenas despertó interés en los medios de comunicación. Pasó el tiempo y en el juicio el detenido comenzó a denunciar casos de corrupción que apuntaban altos cargos políticos de una determinada zona. Ahora sí que los medios de comunicación comenzaron a airear estos temas. La indignación ciudadana se manifestó, llegando a sonar como un mar de fondo embravecido. Un grupo de fiscales y jueces comenzaron a investigar y sus indagaciones les dirigían hacia altos cargos de la política, tanto del gobierno en el poder como del partido de la oposición.

Perdón, ¿alguien ha podido pensar que estoy hablando de nuestro país? Disculpen, ha sido un lapsus cálami en mi relato, la sociedad civil española carece del coraje y la determinación en defensa de su democracia que demostró tener la italiana. Hoy Costa volvería a repetir aquello de la “España sin pulso”. Se trata de recordar la operación “Manos Limpias” que emprendió la sociedad italiana en los noventa para eliminar el cáncer de la corrupción que pudría a su clase política y encanallaba a todo el país, rebautizado como “Tangentópolis” (el país de la “mordida”).

En los años noventa un grupo de esforzados fiscales y jueces italianos, animados por una opinión pública totalmente indignada por los escándalos de corrupción y apoyados por los medios de comunicación, emprendieron la llamada “Operación manos limpias” sin arredrarse ante la posición que ocuparan los imputados, por alta que fuera, y sin pararse a considerar si pertenecían a la Democracia Cristiana o al Partido Socialista, los dos partidos más importantes del país. Los tesoreros del PSI y de DC y altos cargos de los mismos fueron imputados y finalmente hasta Bettino Craxi, secretario general del PSI y ex primer ministro.

La clase política se defendió del ataque con todas sus armas, hasta el punto de que Conso, el ministro de Justicia, presentó un decreto ley que rebajaba la figura de la financiación ilegal de los partidos, de delito a simple falta administrativa. Las oleadas de irritación popular crecieron tan amenazantes que el Presidente de la República se negó a firmar tal medida. Mientras, la Cámara de Diputados se negaba a autorizar el procesamiento de Bettino Craxi. La ira del pueblo italiano se elevó a tal punto, que a partir de entonces Craxi tuvo que ir permanentemente escoltado.

Fue una verdadera guerra entre la clase política y el pueblo italiano liderado por el poder judicial (ese del que Montesquieu predicaba su independencia del ejecutivo y que Alfonso Guerra, ante este fundamental principio democrático, dijo con desprecio: Pero ese señor Montesquieu, ¿no está muerto?). Los partidos clásicos italianos, la democracia cristiana y los socialistas, ya no volvieron a levantar cabeza, pero al final, como muchas gestas épicas, la cosa terminó en tragicomedia, pues hoy Italia está en manos de esa caricatura de Mussolini, que es Berlusconi.


Noviembre del 2009

Antonio Envid Miñana

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