jueves, 5 de noviembre de 2009

ANTE UN PROCESO DE DES-ROMANIZACIÓN (Servando Gotor)


Resulta lamentable que para decir según qué cosas, tenga uno que presentarse (excusarse). Hasta los 14 años me importaba un comino si vivía en una sociedad con libertades. El único lugar en que sentí una atroz represión fue en el colegio. Un colegio de curas (“frailes”). Cuando me libré de ellos, en el 72, pocos habría que los odiaran tanto como yo. Para mí la transición empezó ese año, no en el 75.

Luego maduras. Pero durante unos años pesa tanto el lavado de cerebro encajado en la niñez, que aun anticlerical seguí creyente. Después conocí otros mundos, busqué, indagué, no encontré nada y acabé irremediablemente en el agnosticismo. Y en cierta insensibilidad: ya no odiaba a aquellos curas (conste que nunca los odié a todos y que guardo enorme cariño a unos cuantos). Pero bueno, ya no odiaba a los que había odiado. Sin duda (honradez obliga) porque el tiempo es distancia y sólo odiamos lo próximo. De ahí procede la insensibilidad: de la distancia.

Pues eso, que acabé agnóstico. ¿Y entonces, qué… ? ¿Blasfemar? ¿Insultar a la Virgen del Pilar? ¡Jamás! A la Virgen, como a nuestra abuela o al retrato de la tatarabuela, no la toca nadie. Es mía. Es mi cultura: como los griegos, los romanos, el mudéjar y –por supuesto- el cristianismo.

Hemos de ser tolerantes, pero empezaremos por tolerar nuestras propias raíces. Y uno está hasta el gorro de escuchar idioteces políticamente correctas, que es lo mismo que decir “interesadas” y si oye algo serio o distinto siempre va precedido de disculpas. ¿De dónde sale tanta intolerante imbecilidad que pretende acabar con siglos de lento progreso? En 1982 oí esto a Claudio Sánchez Albornoz (humanista republicano en el exilio): “Ay, los vascos, ¡ese pueblo sin romanizar!”. Desgarrado lamento que describía un hecho.

Esta semana he visto en televisión a unos “latin kings” matando de una paliza y pateando y rematando a un joven indefenso, ya casi cadáver, de la forma más brutal, alevosa y salvaje que pueda uno imaginarse. Aquí, en España. Mi mente romanizada no daba crédito. Hace tiempo vi imágenes reales de mejicanos que quemaban vivo a un hombre atado a un árbol, al más puro estilo medieval, como a las brujas. Y, emulando al eminente humanista, lamenté: “Ay, ¡estos mejicanos sin colonizar!”, que viene a ser lo mismo que sin “romanizar”. Porque, en definitiva, España “romanizó” parte de aquellas extensas tierras. Y las cristianizó, por supuesto: cambió aquellos templos hechos de sangre de adolescentes (mataban a sus jóvenes) por flores al pie de la imagen de una hermosa joven: la Virgen. Dice Salvador de Madariaga (otro exiliado republicano): “Hernán Cortés mide la religión de los mejicanos como hombre del Renacimiento (…) Y una mañana, ‘por pasatiempo’, va de visita al Gran Teocalli, ve los ídolos y las trazas repugnantes del cruel culto y sacrificio, interroga a Dios, y ofrece servirle para liberar a aquella tierra y gente de tales abominaciones”.

En estos tiempos, la masa identifica el término “cacique” con una marca de ron. Otros, más puestos, con el viejo poder de aristócratas locales. Sólo algunos saben que los “caciques” eran los salvajes jefes de aquellas pobres tribus sin cristianizar.

Ahora oigo que en Dos Hermanas (Sevilla) han apedreado un cuartel de la Guardia Civil porque celebraban la fiesta de la que siempre ha sido su patrona: la Virgen del Pilar. Quizá no hubieran hecho lo mismo con la Macarena o la del Rocío, que tanto llanto histriónico les arranca mientras con la mano izquierda ponen el cazo votando a los laicistas alimentadores del PER. Pues bien, yo, a pesar de mi agnosticismo, tengo claro –cultural, emotivamente- que Virgen no hay más que una y la variedad sólo está en la advocación.

Pero los burros son burros y están sin romanizar.

(El Comarcal del Jiloca, 16/10/09)

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