lunes, 19 de abril de 2010

POEMAS CON HISTORIA (II). GIL DE BIEDMA


Jaime Gil de Biedma tomó sobre sí la tremenda tarea de ser la mala conciencia de la clase acomodada de Barcelona, aquella que fue franquista con Franco y puyolista con Puyol. Lo suyo fue vivir con intensidad y una mirada inteligente, compasiva y necesariamente escéptica sobre el mundo. Dijo: “He sido de izquierdas y es muy probable que siga siéndolo, pero hace algún tiempo que no ejerzo”.

Del poema “Noche triste de octubre. 10959” (“Moralidades”) son estos versos:

Adelantaron
las lluvias, y el Gobierno,
reunido en consejo de ministros,
no se sabe si estudia a estas horas
el subsidio del paro
o el derecho al despido,
o si sencillamente, aislado en un océano,
se limita a esperar que la tormenta pase
y llegue el día, el día en que, por fin,
las cosas dejen de venir mal dadas.

El poema está dedicado a Juan Marsé, precisamente. ¡Qué habría dado yo, por asistir, calladito por supuesto, a aquellas largas veladas entre ambos amigos! Dos poderosos y opuestos polos unidos por la inteligencia. Uno homosexual sin tapujos, desafiante, el otro, fascinado por las mujeres (cómo si no habría podido dibujar esos tremendos personajes femeninos de sus novelas), que exclamó cuando le preguntaron que haría con la dotación del premio Cervantes: “me lo gastaré en mujeres y en vino”. Uno de exquisita educación, viajado, que versificaba en inglés y francés con la misma fluidez que en español; otro, autodidacta, dejó la escuela a los trece años para comenzar a trabajar, y que antes de gozar del éxito su mundo se reducía a la Ronda Guinardó y aledaños de la vieja Barcelona. Uno de familia rica, dueños de Tabacos de Filipinas y de varias financieras, otro, hijo de un taxista. Y sin embargo, amigos íntimos. Juan pasaba las vacaciones en la casa familiar de Jaime, donde comenzó a escribir “Ultimas tardes con Teresa” (“Fue un verano feliz… El último verano de nuestra juventud, dijiste a Juan..”, escribe Jaime en un poema). Qué jugosas conversaciones entre dos colosos de sus respectivos mundos: el de la clase alta barcelonesa y el charnego.

Pero volvamos al poema. Escrito en 1959, pasados más de cincuenta años, podría haber sido escrito hoy y estar fresca su tinta. ¡A quien le duela España, que se tome una aspirina!

………..

siempre se obstina en ser dulce,
en merecer ser vivida
de alguna manera mínima
la vida en nuestro país.

(“En el castillo de Luna” G. de Biedma).


Antonio Envid

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