Es tanto el silencio aquí. Es tanta la realidad, es tanta la belleza, es tanto el dolor. ¿Y el lado frágil? Mmmm. A estas alturas, quizá no sea ya necesario que preguntemos por quién doblan las campanas. Conocemos -creemos conocer- las cámaras de los horrores, las atmósferas alteradas, los lugares sin líquidos, las intemperies interminables. Es tanto el silencio aquí.
¿En qué consiste el juego de la muerte?, nos preguntamos con sammy mccoy, también parados, como él, en los dos niños -el que fue y el que sería-. Sammy no se rindió, defendiéndose con nada: con todo lo que iba rezando o padeciendo, con una cucharita perdida, con su pelea. Cuando sammy murió croaron las estrellas tiernas -en la escala de las heridas y de los edificios deshabitados-, mientras la gente, con cada deseo en su rompeolas, buscaba silencios de almohada.
¿En qué consiste el juego de la muerte? preguntó sammy mccoy una y otra vez. No le respondieron, nadie supo decirle, por ejemplo: ya no tendrás razón contra el invierno; nadie supo decirle, por ejemplo: mira, sammy,su juego consiste en su inexacto fin, sometido a un -más o menos- desesperado anhelo personal. Hay más, mucho más, sammy mccoy, pero puedes empezar con esto, por ejemplo, por qué no.
No tendrás que amar a trechos ni hablar de cosas inacabadas -eso dicen, eso dicen-; no volverás ya a esos repentes que ahora te cambian el mundo a gran distancia: estarás muerto, sammy, y la muerte es una muñeca rarísima.
Nadie supo decirle, por ejemplo: el cielo se te hará grande igual que el techo de los grandes palacios. Estarás ante la noche, puro, y el agua nocturna lavará por fin tus ojos. Y ya no quedará nada. Y dios no estará allí pero dios estará allí. Y avanzarás, por ejemplo, por qué no. Todo esto, además, lo pagará el seguro, sammy.
Es tanto el silencio aquí, es tanta la realidad, es tanta la belleza. Y el dolor, sí, es tanto el dolor. Somos el lado frágil, pero estamos vivos, vivos, a veces ocultos, sumergidos en un taburete como si fuese abstracto estar en tres sitios simultáneamente.
Vivos, vivos: el cisne color flamingo desplazándose como un barco de guerra bajo los sauces de oxford, ahí hay vida. Movimiento, colores divergentes, memoria del calor, vergüenzas animales. Como si el mundo fuese una rosa cruda.
Es tanta la realidad aquí. Y la belleza, también la belleza. Tal vez sammy habría cambiado de pregunta si hubiese visto al chico -el mecedor de abedules- en acción: subía hasta las ramas más altas y, sin soltarlas, se lanzaba pataleando en el aire hasta llegar al suelo, hasta el piso de helechos. Una vez doblados, los abedules ya nunca volvían a enderezarse: años más tarde, sus troncos arqueados seguían arrastrando sus hojas por el suelo: niñas a gatas con los cabellos esparcidos sobre la tierra para que el sol los secara.
Tal vez sammy habría cambiado de pregunta si hubiese visto a la hormiga adquiriendo la experiencia de cargar un tallo:desde el lecho de flores hasta el césped y, girando en redondo, de vuelta al punto de partida, abandonando entonces el tallo como si se tratase de un trasto inútil -tal vez, realmente, lo fuera-. Es tanto el silencio aquí, es tanto el dolor.
A veces la vida consiste, como le sucedía a philip (larkin), en buscar famosos del criket en la arena de la playa -estaba feliz de encontrarse libre-. ¿Y la muerte? Mmmm. Bien, por poner un poner: marilyn monroe -sin maquillaje- viaja ya sin velocidad, sola como un astronauta frente a la (inmensa) noche espacial (ésta es una escena por la que un astrónomo daría sus ojos). No entiende ni sus huesos ni su piel ni ese tamtam que la convoca a un eterno retorno; llegan largos alaridos por el sur de la noche seca. Tal vez los ángeles la buscan; los fariseos le gritan: esa maldita vaca tiene las tetas llenas de leche,llenas de perdigones; esa maldita vaca, maldita, maldita, no nos dejará dormir.
Marosa se acuerda de los repollos; de las altas acelgas azules; del tomate -riñón de rubíes-; de las cebollas como bombas de azúcar, de sal, de alcohol; se acuerda de las fumadoras luciérnagas; y concluye, concluye: ¡me acuerdo de la eternidad!. Wow, vaya con marosa.
El mar ensimismado, todo ese mar y los gestos de las olas, el sol, las azucenas dilatadas: sobre las vastas arenas pálidas, somnolientos, a orillas del amor, maduramos nuestra muerte, cuando la oscuridad nos envolverá, solidificándose, hasta convertirse en tierra. ¿Es para terminar en rostro geométrico, en difunto, es para eso que morimos tanto? ¿Para sólo morir tenemos que morir a cada instante? ¿Y mi patata, y mi carne, y mi contradicción bajo la sábana? Cordero de mí, sensato: ay, este pellejo.
(Narciso de Alfonso - Balconcillos)
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