En la trasnochada cierro los ojos y me siento arropada en la oscuridad y en el silencio de la noche. Un silencio que me conforta. Demasiado ruido durante el día, demasiada agresión verbal, demasiados malentendidos, demasiadas conversaciones aburridas, demasiadas palabras incoherentes… Durante el día es imposible sustraerse al silencio, imposible. La telebasura bombardea sin cesar, gritando, insultando, faltando al respeto y al sentido común. Los políticos actuales también se han sumado a este formato tan popular, y digo popular porque es la que mayor cota de audiencia tiene. Lo cierto es que es de preocupar, porque al fin y al cabo es la respuesta afirmativa que da un necio a una propuesta zafia producida por impresentables, una propuesta que deforma y adocena mentes. Y no me duelen prendas al llamar necio a todo aquel que se pone delante de un televisor dispuesto a tragar toda la porquería que destilan esos programas, donde despellejan a los famosos, sacan a la luz los trapos sucios familiares y se cuentan historias para no dormir. Este tipo de programa sólo lo pueden soportar mentes contaminadas, gente insatisfecha y analfabetos integrales, porque la gente cabal de toda la vida es incapaz de soportar como se enzarzan periodistas y gente de la farándula en conversaciones barriobajeras. Pero la telebasura se ha instalado en la vida cotidiana hasta minarlo todo. Todos esos telespectadores ávidos de telebasura no son conscientes de que les están manipulando, de que les dan carroña para chuparles la sangre para descerebrarlos. Una sujeta llamada Belén Esteban ha conseguido elevar la cota de audiencia al máximo gracias a una operación de cirugía estética; aunque más que apuntalarle la cara deberían haberle apuntalado el cerebro, que en verdad le hace falta. En el silencio de la noche me pregunto qué ha hecho esta mujer para tener tanta audiencia, salvo ser vulgar y sacar los trapos de sucios de la familia paterna de su hija; una mujer que se caracteriza por su despecho y la rabia contenida.
Cuando tengo demasiados ruidos en la cabeza me transporto mentalmente a la tranquilidad del monte de mi pueblo, un paisaje monegrino donde sólo se oye el zumbido de los cables de alta tensión en invierno; y en verano se le suman las serenatas de grillos y chicharras, que al más puro calor desértico, afinan los instrumentos de maravilla. Ser pastor de ovejas en estos tiempos que corren debe ser una dicha completa. No tener que escuchar diariamente a todos esos catedráticos sin estudios que hablan de oído sin haber cogido un libro en su vida debe ser una bendición; nada debe ser tan gratificante como cuidar ovejas: un animal tan bondadoso, con esa sonrisa permanente en continuo movimiento y esa tierna mirada miope. ¿Y el cordero? Un animal que no ofrece resistencia y que resulta delicioso cuando lo metemos al horno, suculento al estilo segoviano. Tender una manta en el suelo y tumbarse mirando como pasan las nubes pasando a son de los pensamientos es mejor que ir a clase yoga. Y lo mejor de todo es no estar sometido a un jefe trepa o al clásico idiota que se inventa trabajo y te echa la bulla; al pastor sólo lo somete el horario de las ovejas. Hora punta en Los Monegros, silencio, calma y el son de alguna esquila. ¡Qué suerte la del pastor rodeado de sus ovejas, su asno y su perro! Y qué decir de la visión del pastor; ese horizonte de luces naturales coreado por el rumor silencioso del canto de las aves que se pierde en la inmensidad de ese paisaje lunar que semeja Los Monegros. Nada hay tan grande como un cielo con una nube y alguna golondrina alzándose como una flecha o algún milano merodeando hasta dejarse caer. Y en la trasnochada, pensando en ello, me dejo caer abatida por el sueño. ¡Qué dicha ser pastor en estos tiempos!
Foto.- Monte de Villamayor de Gállego
Cuando tengo demasiados ruidos en la cabeza me transporto mentalmente a la tranquilidad del monte de mi pueblo, un paisaje monegrino donde sólo se oye el zumbido de los cables de alta tensión en invierno; y en verano se le suman las serenatas de grillos y chicharras, que al más puro calor desértico, afinan los instrumentos de maravilla. Ser pastor de ovejas en estos tiempos que corren debe ser una dicha completa. No tener que escuchar diariamente a todos esos catedráticos sin estudios que hablan de oído sin haber cogido un libro en su vida debe ser una bendición; nada debe ser tan gratificante como cuidar ovejas: un animal tan bondadoso, con esa sonrisa permanente en continuo movimiento y esa tierna mirada miope. ¿Y el cordero? Un animal que no ofrece resistencia y que resulta delicioso cuando lo metemos al horno, suculento al estilo segoviano. Tender una manta en el suelo y tumbarse mirando como pasan las nubes pasando a son de los pensamientos es mejor que ir a clase yoga. Y lo mejor de todo es no estar sometido a un jefe trepa o al clásico idiota que se inventa trabajo y te echa la bulla; al pastor sólo lo somete el horario de las ovejas. Hora punta en Los Monegros, silencio, calma y el son de alguna esquila. ¡Qué suerte la del pastor rodeado de sus ovejas, su asno y su perro! Y qué decir de la visión del pastor; ese horizonte de luces naturales coreado por el rumor silencioso del canto de las aves que se pierde en la inmensidad de ese paisaje lunar que semeja Los Monegros. Nada hay tan grande como un cielo con una nube y alguna golondrina alzándose como una flecha o algún milano merodeando hasta dejarse caer. Y en la trasnochada, pensando en ello, me dejo caer abatida por el sueño. ¡Qué dicha ser pastor en estos tiempos!
Foto.- Monte de Villamayor de Gállego
Me gusta mucho tu forma de escribir, Mª Jesús y te comprendo muy bien por eso, hace tiempo que abandoné mi televisor encima de un armario y me dedico a leer las noticias en los periódicos que más coinciden con mi forma de pensar, para no quedarme obsoleta. Pienso que tu pastor es feliz, pero yo no guardo ovejas y también lo soy: leo mucho, oigo música, estudio y trato de hacer el silencio en mi interior. Te aconsejo probar.
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