Quiero hablar de los toros y sus detractores activos y organizados que, casualmente, coinciden con los enemigos de esa España que consideran retrógrada y clerical y optan no por otra España sino por su desaparición, atacando lo que denominan “nacionalismo” español y defendiendo la idea de que España no es sino la imposición coercitiva de convivencia entre naciones diversas que poco o nada tienen que ver entre sí y cuya historia en común, cuando la ha habido, ha resultado nefasta para… para esas “naciones” (iba a decir para sus “nacionales” o “ciudadanos”, pero corrijo: ellos no re/conocen “ciudadanos”, sólo “naciones” o “ciudadanía” ). Abanderan también la defensa del medio ambiente y la destrucción de los valores occidentales esenciales: la libertad individual, la propiedad privada, la familia y el cristianismo. Son colectivistas, defensores de un intervencionismo atroz, abortistas y laicistas. Prohibicionistas y totalitarios. Y se ufanan pronunciando la consigna de moda más intolerante jamás oída: “Tolerancia 0”.
Quiero hablar de la fiesta y sus detractores activos y organizados advirtiendo que ni soy aficionado ni tengo interés en su defensa y que no habré visto en mi vida más de cuatro festejos y por compromiso. No soy, pues, aficionado, si bien reconozco toda una cultura alrededor de esa fiesta que, en cuanto tal manifestación cultural, la considero tan digna de atención como cualquier otra.
Quiero hablar de la fiesta y para ello he de constatar que en su propia denominación ya hay algo que daña a sus detractores: el apelativo “nacional” referido a España.
Quiero hablar de la fiesta y para ello me remonto a la ancestral distinción objeto/sujeto, tan enraizada en nuestra estructura mental que hasta se halla en los cimientos del idealismo, cuando Berkeley (siglo XVIII) expresó aquello de “ningún objeto sin sujeto”. Es decir, que existen las cosas en la medida en que hay alguien (“sujeto”) capaz de contemplarlas u observarlas; sin ese “sujeto” carecerían de existencia (o de sentido, añado). Pues bien, estos detractores han llegado a proclamar que el medio ambiente es “sujeto” y no sólo eso, sino –además- “sujeto de derechos”.
Quiero hablar de la fiesta nacional y me remonto al concepto “sujeto de derecho”, que hace referencia exclusiva a las personas. Y “persona” es todo “ser humano” con “forma humana” que ha vivido independientemente del seno materno veinticuatro horas. También es “persona”, en potencia y para cuanto le beneficie, el “nasciturus (concebido no nacido). No es, jurídicamente, “persona” pero sí “ser humano”.
Quiero hablar de la fiesta y sus detractores organizados resaltando las grotescas sensibilidades que proclaman “derechos” de “animales” (que por tanto NO son seres humanos), de “objetos” o de “fenómenos” que ni siquiera alcanzan el grado de “objeto”, como el medio ambiente o… el idioma (se habla de los “derechos” del catalán o del euskera), negando todo “derecho” al nasciturus, que es un “sujeto” (no un “objeto” ni menos un “fenómeno”) y, sobre todo, un “ser humano”. Sí, noten bien: “ser humano” (concepto material, real, natural), no “persona” (concepto formal, jurídico).
Quiero hablar del ser humano y sus detractores que, en su manida consigna intolerante (“Tolerancia 0”) rechazan todo debate sobre el aborto por considerarlo superado, olvidando que cuando se supone quedó superado se desconocían datos hoy tan esenciales y elementales como el ADN. En Derecho existe una antiquísima máxima que permite incumplir el “pacto” (y ley democrática lo es) cuando el contexto en que se acordó se ha visto alterado. Pues bien, hoy las cosas han cambiado. No pasa nada, pues, por reabrir el debate. En todo caso, sí lo creo esencialmente preferente al de la prohibición de festejos taurinos.
Llegados aquí, no se engañen: relean lo expuesto. Verán ideas y argumentos, pero ni una conclusión “a favor” de la fiesta ni “en contra” del aborto. Ataco la intolerancia irracional y huérfana de argumentos. Simplemente. Además: ¿es tan malo hablar?
Quiero hablar de la fiesta y sus detractores activos y organizados advirtiendo que ni soy aficionado ni tengo interés en su defensa y que no habré visto en mi vida más de cuatro festejos y por compromiso. No soy, pues, aficionado, si bien reconozco toda una cultura alrededor de esa fiesta que, en cuanto tal manifestación cultural, la considero tan digna de atención como cualquier otra.
Quiero hablar de la fiesta y para ello he de constatar que en su propia denominación ya hay algo que daña a sus detractores: el apelativo “nacional” referido a España.
Quiero hablar de la fiesta y para ello me remonto a la ancestral distinción objeto/sujeto, tan enraizada en nuestra estructura mental que hasta se halla en los cimientos del idealismo, cuando Berkeley (siglo XVIII) expresó aquello de “ningún objeto sin sujeto”. Es decir, que existen las cosas en la medida en que hay alguien (“sujeto”) capaz de contemplarlas u observarlas; sin ese “sujeto” carecerían de existencia (o de sentido, añado). Pues bien, estos detractores han llegado a proclamar que el medio ambiente es “sujeto” y no sólo eso, sino –además- “sujeto de derechos”.
Quiero hablar de la fiesta nacional y me remonto al concepto “sujeto de derecho”, que hace referencia exclusiva a las personas. Y “persona” es todo “ser humano” con “forma humana” que ha vivido independientemente del seno materno veinticuatro horas. También es “persona”, en potencia y para cuanto le beneficie, el “nasciturus (concebido no nacido). No es, jurídicamente, “persona” pero sí “ser humano”.
Quiero hablar de la fiesta y sus detractores organizados resaltando las grotescas sensibilidades que proclaman “derechos” de “animales” (que por tanto NO son seres humanos), de “objetos” o de “fenómenos” que ni siquiera alcanzan el grado de “objeto”, como el medio ambiente o… el idioma (se habla de los “derechos” del catalán o del euskera), negando todo “derecho” al nasciturus, que es un “sujeto” (no un “objeto” ni menos un “fenómeno”) y, sobre todo, un “ser humano”. Sí, noten bien: “ser humano” (concepto material, real, natural), no “persona” (concepto formal, jurídico).
Quiero hablar del ser humano y sus detractores que, en su manida consigna intolerante (“Tolerancia 0”) rechazan todo debate sobre el aborto por considerarlo superado, olvidando que cuando se supone quedó superado se desconocían datos hoy tan esenciales y elementales como el ADN. En Derecho existe una antiquísima máxima que permite incumplir el “pacto” (y ley democrática lo es) cuando el contexto en que se acordó se ha visto alterado. Pues bien, hoy las cosas han cambiado. No pasa nada, pues, por reabrir el debate. En todo caso, sí lo creo esencialmente preferente al de la prohibición de festejos taurinos.
Llegados aquí, no se engañen: relean lo expuesto. Verán ideas y argumentos, pero ni una conclusión “a favor” de la fiesta ni “en contra” del aborto. Ataco la intolerancia irracional y huérfana de argumentos. Simplemente. Además: ¿es tan malo hablar?
Servando Gotor
(El Comarcal del Jiloca 22/01/10)
Pues sí, ni media de los toros.
ResponderEliminarVamos, que me ha dejado usted anonadá porque anuncia que habla de toros y ni media palabra; sigue con el nasciturus y se queda cortito. Yo pensaba, bueno agarrará un tema de moda, "los derechos" del Medio Ambiente.
¿Ha oído usted hablar de ellos? No me negará que tiene aquel. ¿A que cerebro se le ha ocurrido el palabro? Todo junto, derechos del Medio Ambiente no deja ser un palabro. ¿Qué quiere que le diga? me hubiera gustado ver su discurso sobre el palabro. A falta de toros, "los derechos del Medio Ambiente"
Una señorita animada con el largo fin de semana