En la trasnochada siempre echo la vista atrás, debe ser que cualquier tiempo pasado fue mejor. En cualquier caso yo era más joven.
Como decía aquel, hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad; yo diría que han dado un vuelco trascendental: no sé si para bien o para mal, en cualquier caso, mejor no entrar en valoraciones. En mi paso de adolescente a joven, recuerdo que las chicas de aquella época admirábamos a los hombres inteligentes. Ya podía ser el muchacho gordo, feo, con gafas de culo vaso; pero si era inteligente la cosa cambiaba considerablemente. Y es que en aquellos años el coeficiente intelectual plantaba bandera. En cierta ocasión una amiga me comentó:
- ¿Te has fijado en las gafas que lleva Fulanito? Es de tanto leer. El tío es un fenómeno. ¡Menuda cabeza!
Sin embargo las chicas de hoy, lejos de aplicar a los hombres el baremo intelectual, prefieren valorarlos por las chocolatinas; esos músculos abdominales que a base de horas de gimnasio y alimentación especial semejan una tableta de chocolate. Vamos, que prefieren el músculo abdominal al cerebral.
Otro de los gustos de mi época en cuestión de hombres era lo de llevar pelo en pecho; todavía están decepcionadas las seguidoras de Poldark -el héroe de una serie estrella de los años ochenta- cuando lo vieron descamisado y sin rastro de pelo en el pecho. Ahora los hombres se depilan de arriba abajo y para algunos los pelos se convierten en una obsesión.
Han cambiado tanto las cosas, que ahora el que sale de las aguas marinas luciendo palmito en las películas del Agente 007 es el propio protagonista, emulando así a la gloriosa Ursula Andress, quien rompiendo todos los cánones de estética femenina, emergió de las aguas mostrando un cuerpo de mujer atlético. Pero eso ya es historia: ahora el protagonista es el hombre. Y es que en otra época los hombres iban al cine para admirar a Sofía Loren y ahora somos las mujeres las que acudimos a ver Daniel Craig.
Repasando y observando el día a día, hay que reconocer que hoy por hoy es el hombre el que ocupa y manda en el escenario cotidiano, el que se ha convertido en objeto de deseo. Tal ha sido la liberación de la mujer en los últimos tiempos, que ahora ya no importa ni musculatura cerebral ni la talla humana; eso ya no se lleva, incluso puede ser una pega a la hora de ligar. Para ser un triunfador hoy en día, un hombre que se precie de ser moderno, debe ostentar un cuerpo de dos o tres horas diarias de gimnasio por lo menos, llevar las cejas hechas, depilarse el cuerpo, vestir marcando, no llevar gafas y hablar sin mostrar ápice alguno de talento. Esto es, ni más ni menos, el perfil del triunfador de Gran Hermano, ese programa de TV que aporta al telespectador las vidas edificantes de algunos jóvenes.
No pretendo polemizar con estas líneas que se me escapan en la trasnochada, sólo es una reflexión de las mías. Además mi opinión tiene escaso valor porque a mí nunca me han gustado ni los hombres inteligentes ni los hombres guapos; los primeros siempre me han resultado aburridos y los segundos empalagosos. Como no soy madre no sé lo que recomendarán las madres de hoy en día a sus hijas. A mí la mía me repetía: búscate un buen chico, que sea trabajador. Pero claro, me estoy remontando a la prehistoria. En cierta ocasión, no hace mucho, un joven de treinta años -en otra época a esa edad hubiera sido un señor de treinta años- me comentó:
- Nos ha tocado a los hombres la liberación de la mujer, así que nos aprovecharemos de ella todo lo que podamos.
Como decía aquel, hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad; yo diría que han dado un vuelco trascendental: no sé si para bien o para mal, en cualquier caso, mejor no entrar en valoraciones. En mi paso de adolescente a joven, recuerdo que las chicas de aquella época admirábamos a los hombres inteligentes. Ya podía ser el muchacho gordo, feo, con gafas de culo vaso; pero si era inteligente la cosa cambiaba considerablemente. Y es que en aquellos años el coeficiente intelectual plantaba bandera. En cierta ocasión una amiga me comentó:
- ¿Te has fijado en las gafas que lleva Fulanito? Es de tanto leer. El tío es un fenómeno. ¡Menuda cabeza!
Sin embargo las chicas de hoy, lejos de aplicar a los hombres el baremo intelectual, prefieren valorarlos por las chocolatinas; esos músculos abdominales que a base de horas de gimnasio y alimentación especial semejan una tableta de chocolate. Vamos, que prefieren el músculo abdominal al cerebral.
Otro de los gustos de mi época en cuestión de hombres era lo de llevar pelo en pecho; todavía están decepcionadas las seguidoras de Poldark -el héroe de una serie estrella de los años ochenta- cuando lo vieron descamisado y sin rastro de pelo en el pecho. Ahora los hombres se depilan de arriba abajo y para algunos los pelos se convierten en una obsesión.
Han cambiado tanto las cosas, que ahora el que sale de las aguas marinas luciendo palmito en las películas del Agente 007 es el propio protagonista, emulando así a la gloriosa Ursula Andress, quien rompiendo todos los cánones de estética femenina, emergió de las aguas mostrando un cuerpo de mujer atlético. Pero eso ya es historia: ahora el protagonista es el hombre. Y es que en otra época los hombres iban al cine para admirar a Sofía Loren y ahora somos las mujeres las que acudimos a ver Daniel Craig.
Repasando y observando el día a día, hay que reconocer que hoy por hoy es el hombre el que ocupa y manda en el escenario cotidiano, el que se ha convertido en objeto de deseo. Tal ha sido la liberación de la mujer en los últimos tiempos, que ahora ya no importa ni musculatura cerebral ni la talla humana; eso ya no se lleva, incluso puede ser una pega a la hora de ligar. Para ser un triunfador hoy en día, un hombre que se precie de ser moderno, debe ostentar un cuerpo de dos o tres horas diarias de gimnasio por lo menos, llevar las cejas hechas, depilarse el cuerpo, vestir marcando, no llevar gafas y hablar sin mostrar ápice alguno de talento. Esto es, ni más ni menos, el perfil del triunfador de Gran Hermano, ese programa de TV que aporta al telespectador las vidas edificantes de algunos jóvenes.
No pretendo polemizar con estas líneas que se me escapan en la trasnochada, sólo es una reflexión de las mías. Además mi opinión tiene escaso valor porque a mí nunca me han gustado ni los hombres inteligentes ni los hombres guapos; los primeros siempre me han resultado aburridos y los segundos empalagosos. Como no soy madre no sé lo que recomendarán las madres de hoy en día a sus hijas. A mí la mía me repetía: búscate un buen chico, que sea trabajador. Pero claro, me estoy remontando a la prehistoria. En cierta ocasión, no hace mucho, un joven de treinta años -en otra época a esa edad hubiera sido un señor de treinta años- me comentó:
- Nos ha tocado a los hombres la liberación de la mujer, así que nos aprovecharemos de ella todo lo que podamos.
Oiga, doña Azulenca, eso que decía su amigo hace mil años lo lanzaba yo: la liberación de la mujer es un invento de los hombres para su conveniencia. Yo no quiero liberarme.
ResponderEliminarNote usted la diferencia entre ir a trabajar (compra, cocina, camisas y demases) a lanzar al marido a la calle; dar una vueltita a la casa; desayunar con la amigas en El Corte Ingles; cuatro mareitos por ahí al ritmo que una se marce; paseo por la tarde y... sonreir.
La diferencia de vida es notable. Siempre lo he tenido clarísimo pero me mata el carácter. Ya me lo decía mi padre, "Hija, es que tú siempre has sido muy rebelde"
¡Abajo la liberación de la mujer, so machistas!
La que anda turbando todo esto.
i padre ya me decía que era muy lista -en realidad me decía que era muy rebelde-