miércoles, 21 de abril de 2010

EN LA TRASNOCHADA 17 (María Jesús Mayoral Roche)


Villamayor de Gállego, 20 de abril de 2010

En esta trasnochada los libros me miran y cuando esto ocurre lo mejor es recordar alguno. Los que me conocen bien no asimilan que defienda a Francisco Umbral; pero tiene su historia. Siendo adolescente cayó en mis manos Iba yo a comprar el pan (1976), un libro que recopilaba los mejores artículos de Umbral publicados en El País. A continuación os extraigo algunos de sus párrafos, siempre geniales.

El puño el alto

A don Enrique Tierno Galván le he visto el otro día levantar el puño blandamente, casi sin cerrarlo, y dijo que el puño en alto ya no es una amenaza, sino un saludo, una manera de diferenciarse del saludo fascista con la mano abierta. A Tierno Galván le va debiendo la política española no sólo la relajación de los ánimos, sino incluso la relajación de puños […]
[…]Los gestos significan porque la historia los cargó de significado, como pistolas […]

Nadiuska

Iba yo a comprar el pan y me encontré a Amilibia:
- Que me ha dicho Nadiuska que Adolfo Suárez y tú sois los más machos del país […]
El elogio de la bella europea oriental, que primero me ha llenado de orgullo y lujuria masculina, luego me ha dado que pensar. ¿Y qué es lo que tenemos en común el señor Suárez y yo? [...]
[…]Lo que a Nadiuska le gusta de mí es lo que le gusta del presidente: el flecha que llevamos en el alma.

El pasodoble de Fraga

[...] Ahora mismo, como seguimos retrasando la democracia, pues comienza otra vez el folklore. Un señor de Valencia le ha hecho un pasodoble a Fraga. En España sólo han merecido pasodoble los toreros y los bandidos generosos. Pero ahora caemos en la cuenta de que también debieran tener pasodoble los políticos de cartel. Fraga Iribarne, innovador en tantas cosas –ay-, ha sido el primero en tenerlo.
Lo ha dicho don Ricardo de la Cierva en este mismo periódico:
-Fraga es incombustible.
Bueno, pues además de incombustible, ahora Fraga es bailable[…]


Aquel Umbral con la barra de pan bajo el brazo, parapetado tras los gruesos cristales de sus gafas, con aquel estilo que no era ni dandi ni bohemio sino particular; se presentó comiendo pan en la única televisión que teníamos, diciendo lo que le venía en gana. En aquella época (1976), Umbral era para mí el Quevedo del siglo XX, otro Valle-Inclán. Cada uno es como es y yo nunca me olvido de la gente que he aprendido, que me ha enseñado. Y Umbral, injustamente valorado, nos ha dejado mucho: desde diccionarios de cheli a inventor de palabras hasta una lírica maravillosa y columnas inolvidables.

En mis tiempos madrileños tuve ocasión de conocerlo. En el Museo Thyssen se había congregado lo más granado del panorama literario del 96 celebrando el XX aniversario de El País; desde José Luis Sanpedro a Carmen Posadas pasando por Aro Tecglen. En un discreto rincón estaba Umbral cubata en mano acompañado de España, su mujer. Milagros, mi amiga de correrías literarias, se empeñó en hablar con él. Nos seguía Carmiña -una gallega reseñada en la enciclopedia de su tierra- que se quejaba del canapé de morcilla: no le parecía fino servir morcilla en una fiesta así. Yo acababa de escribir el revulsivo relato de El bobo de los bolones y Milagros, que se lo había leído de un tirón, quería dárselo a Umbral para que lo valorase. Pero aquel era un muy mal día para Umbral, se fallaba el Cervantes y sabía que no iba a ser para él. Milagros tiró de mi brazo y se presentó ante el escritor, que como siempre se mostraba soberbio y vanidoso. Yo estaba emocionada: conocer a Umbral. Milagros se presentó:

- Soy periodista y me gustaría darle el manuscrito que ha escrito mi amiga. Nos interesaría saber su opinión.

Al comprobar que no lo reclamaban para una entrevista personal, sino para una petición tediosa; él salió de su vanidad y se nos quitó de encima contestando.

- Bastante hago con que me publiquen a mí.

Haro Tecglen apareció y se dieron de abrazos entre halagos y adulaciones invitándose a cenar. En esas se unió al dúo un Mújica quejoso por haberse metido con él en algún artículo. Umbral se reía. Nosotras nos quedamos hablando con su mujer. El mundo es un pañuelo y Milagros había coincidido con ella en el Congreso durante la Transición; España, con ese nombre tan patriótico, había sido fotógrafa. Amable de natural como era esta mujer, me dijo:

- Has cogido a Paco mal. Apunta el número de teléfono de casa y lo llamas. La mejor hora para hablar con él es a partir de las tres, escribe de mañana. Te atenderá.

Le di las gracias. En aquel instante se oyó la voz tronante de Umbral:

- ¡España, vámonos!

- Se ha empeñado en ir a cenar y no he cogido dinero –nos comentó.

- Basta con llevar plástico –le contesté.

- Tampoco llevo, en esto bolso tan pequeño nunca llevo nada –se despidió.

Milagros levantó la palma y dijo en plan de coña: ¡España vámonos, arriba España! Nunca llamé a Umbral, ¿quién era yo para llamar a Umbral? Me conformé con aquel encuentro que mis amigas calificaron de grosero y que a mí me pareció sincero. La verdad nunca debería doler. Años después, parece ser, Umbral tuvo problemas para publicar: no vendía los miles de ejemplares deseados por la editorial.

Un compañero de trabajo y yo, ambos admiradores de Umbral, lo seguíamos a todas partes: donde iba Umbral allí estábamos nosotros. Nos colamos en el Palace para asistir a la presentación de uno de sus libros; pero él no estaba sólo ni cómodo en aquella ocasión, iba de telonero. La editorial manda. De sobra era conocida la pasión de Lara padre por la España de Franco y la Guerra Civil Española y para rememorar de nuevo tan triste historia, se valió de su colección “Espejo de España”. Abrió la sesión un joven que había escrito una biografía sobre Serrano Suñer, el cuñadísimo allí presente, tan momificado que lo tuvieron que entrar en parihuelas. Luego le tocó el turno a César Vidal. A éste, yo creo que Umbral se la tenía jurada. Terminada la exposición de ideas y profusas palabras de Vidal, Umbral tomó la palabra para hablar de su libro, Los cuadernos de Luis Vives. Como no se sentía cómodo arremetió así:

- Antes de entrar aquí, tomando un cubalibre en la barra, le he preguntado a César Vidal cuál ha sido su visión sobre la Guerra Civil Española. Él me ha contestado que ha procurado ser imparcial. ¡No se puede ser imparcial con la Guerra Civil Española! ¡Dejemos a los hispanistas ingleses que sean imparciales con la Guerra Civil Española! Los españoles no podemos ni debemos ser imparciales con la Guerra Civil Española, por eso yo he escrito la historia de un desarrapado, la historia de un desgraciado, la historia de Luis Vives. […] Y ahora voy a leer una hoja de esas que escribo yo (leyó el texto). Para terminar, para que no lo tenga que decir el editor, lo digo yo: ahora hay canapés.

La lectura y el lirismo de aquella hoja nos cautivó a los allí presentes. Echado el telón, Umbral recuperó su cubata y elegantísimo -con un chaleco que nos llamó la atención- se puso a hablar con quien le dio la gana. Irrumpieron los del Caiga Quien Caiga e intentaron asaltarle pillándolo con un pincho de tortilla en la mano. Los miró por encima del hombro dándoles a entender que sólo decían tonterías. Ni que decir tiene que lo sacaron en su programa.

No contento con haber arremetido en aquella presentación contra César Vidal; al día siguiente, valiéndose de su columna en El Mundo, recreó la escena de la tarde anterior. Así era Paco Umbral y yo me reía.

Leyendo sus últimas columnas sentía una pena infinita, era cuando la vista comenzaba a jugarle malas pasadas y veía cosas raras, era sabedor de que la muerte le rondaba. Lo recuerdo con la bufanda roja y el cubata en la mano, hablando y riéndose de todos, con el semblante serio cuando tocaba. Y aunque fue controvertida su figura y su obra, creo sinceramente que no se le hizo justicia. Umbral aportó muchísimo a la lengua viva y otros, con nada, han obtenido un sillón en la Academia: el sueño frustrado de Paco Umbral.


5 comentarios:

  1. en esta sociedad de aduladores y falsos modos y sonrisas, la sinceridad se confunde con mala educación.

    A Umbral,no le gustaban los paripés. En su prosa y en su vida, iba "al grano".

    Hablo de una sensación mía.

    Salud!!

    Vladimira

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  2. Narciso de Alfonso22 de abril de 2010, 21:50

    María Jesús: gracias por contarnos la anécdota, que

    yo, más o menos, ya te había escuchado. El Umbral

    columnista, de cosa corta, me parece también el que

    mejor castellano escribía. Y los libros estilo columna,

    diario, memorias, también escritos con trechos

    cortos, tienen párrafos memorables.

    Gracias

    Un saludo

    Narciso de Alfonso

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  3. Me ha reoordado los buenos ratos que hemos pasado en el tren, y en concreto con Umbral, cuando comentabas las definiciones que iba describiendo,la derechona, aznarín,...un saludo. Anónimo

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  4. Anónima Elena:
    Esta semana le toca la trasnochada al Umbral de la derechona. En la próxima comida os volveré a contar la historia de Umbral y nos volveremos a reír, ya sabes que me gusta mucho imitar a Umbral.

    Gracias por vuestros comentarios.

    María Jesús

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  5. Leía tu precioso artículo, viendo cosas por la red. Efectivamente, Umbral era el mejor, y así fue reconocido por el público. Era la literatura española escribiendo y deslumbraba porque lo sabíamos. Claro que no iba a ser reconocido. Tampoco fue reconocido Ramón, que era el mejor de los de antes. Nadie quiere sentirse menos que ningún contemporáneo. Pero con el tiempo son los que van a quedar.
    Si es que nos queda algo.

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