martes, 29 de septiembre de 2009

Poemas de oficina (por Antonio Envid Miñana)

QUIZÁ tenga razón Gamoneda cuando afirma que Mario Benedetti fue un poeta menor, pero no se puede negar que había sido tocado por aquella gracia de la que han gozado pocos, la de haber sido adoptado por el pueblo. La gente se ha identificado con su voz, ha sentido que sus poemas hablaban de los problemas, las ilusiones y las angustias de la gente corriente y se los ha apropiado. Serrat, Nacha Guevara y otros los han cantado convirtiéndolos en banderas de identidad.
Mario Benedetti irrumpe en la literatura con “Poemas de la Oficina”, que a pesar de ser un libro de poemas, siempre minoritario, agota rápidamente su primera edición, teniendo un éxito inusitado. En aquel tiempo, en su patria, Uruguay, los poetas se hallaban alejados de la realidad, escribían de mundos líricos que a la gente no les interesaba.
Benedetti comienza a cantar lo cotidiano, lo que siente la gente común.
en fin, para decirlo de una vez por todas,
aquella esperanza que cabía en un dedal
evidentemente no cabe en este sobre
con sucios papeles de tantas manos sucias
que me pagan, el lógico, en cada veintinueve
por tener los libros rubricados al día
y dejar que la vida transcurra,
gotee simplemente
como un aceite rancio.

Mario conocía de primera mano el mundo pequeño del funcionario, del empleado, que vive de oscuros trabajos y con pocas perspectivas de que su vida cambie: “Mi primer trabajo, a los catorce años, fue en una oficina comercial; después pasé a una oficina pública donde estuve cinco años. Es decir que casi siempre trabajé en oficinas, por lo menos en esos años formativos de todo individuo.”
“(...) además de la contaduría (de lunes a viernes y de siete y media a una), lleva la contabilidad y la correspondencia en inglés del escritorio de importaciones y exportaciones de Otto Kubler ..” y tres noches por semana es el taquígrafo 21 de la Federación de Básquetbol del Interior. No será hasta 1945, al fin, que pueda cambiar esos tres empleos por uno al ingresar en La Industrial Francisco Piria, S. A. Se quedará allí quince años completos, hasta 1960”.
Habla, pues, de su propia experiencia, la de alguien que ve transcurrir su vida entre cuatro paredes de una oficina mientras hay un mundo fuera lleno de realidades, como expresa en El dactilógrafo, donde un empleado, mientras realiza su monótono trabajo, hace volar libre su pensamiento.
Montevideo quince de noviembre
de mil novecientos cincuenta y cinco
Montevideo era verde en mi infancia
absolutamente verde y con tranvías
muy señor nuestro por la presente
yo tuve un libro del que podía leer
veinticinco centímetros por noche

Montevideo, a mediados de los cincuenta del pasado siglo, en palabras del propio Benedetti, era una ciudad de oficinistas y empleados. Montevideo era una importante plaza financiera y comercial del cono sur americano, hasta el punto que se le aplicaba el apelativo de “la Suiza del sur”. Esas vidas frustradas del oscuro oficinista, esa falta de objeto, se refleja magníficamente en el poema que copiamos a continuación:
ANGELUS
Quién me iba a decir que el destino era esto
Ver la lluvia a través de letras invertidas,
un paredón con manchas que parecen
prohombres,
el techo de los ómnibus brillantes como peces
y esa melancolía que impregna las bocinas.
Aquí no hay cielo,
aquí no hay horizonte.
Hay una mesa grande para todos los brazos
y una silla que gira cuando quiero escaparme.
Otro día se acaba y el destino era esto.
Es raro que uno tenga tiempo de verse triste:
siempre suena una orden, un teléfono, un
timbre,
y, claro, está prohibido llorar sobre los libros
porque no queda bien que la tinta se corra.

Mario Benedetti ha muerto, se ha apagado una voz que hablaba de cosas que todos entendemos, que a todos nos ocurren, ha muerto un viejo juglar que nos mostraba la poesía de lo cotidiano.

(De "Literatura y contabilidad", mayo de 2009)

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