martes, 9 de febrero de 2010

EN LA TRASNOCHADA 7 (María Jesús Mayoral Roche)

En la trasnochada, buscando un cuadro de Goya en una enciclopedia, me viene a la memoria la conversación que mantuve hace muchos años con unos amigos; era cuando vivía en Madrid y me perdía por El Prado con frecuencia. Mi amigo y yo coincidimos en que viendo una obra pictórica habíamos sentido ganas de llorar. Su madre -profesora de arte- esbozó una tímida sonrisa y nos comentó que ella se emocionaba, pero no hasta ese extremo. Hace unos años hablando de pintura con otro profesor de arte, le pregunté: ¿Has sentido ganas de llorar ante una obra arte? Me miró extrañado y me dijo que no. Él me devolvió la pregunta y me vi obligada a decir la verdad asintiendo con la cabeza, por la forma de mirarme me pareció que se sentía en desventaja. Sin duda –añadió- tienes una sensibilidad especial, porque yo nunca he sentido esa emoción y lo cierto es que me gustaría tenerla.
Hoy por hoy pienso, sinceramente, que los profesores de arte ante una obra maestra lo primero que hacen es valorar su parte técnica y que los simples amantes del arte nos dedicamos exclusivamente a apreciar su belleza. Y es que técnica y belleza, a veces, no se llevan bien. Cuando se contempla sólo la parte técnica no se puede apreciar la belleza, bueno, esa es mi humilde opinión.
En mi primer viaje a Sicilia, sabiendo de antemano todo lo que iba a visitar y en más de una ocasión, exclamé para mis adentros: ¡Dios mío! ¿Será posible? Y mientras yo me quedaba extasiada viendo las metopas de un templo griego, los vigilantes del museo seguían a la suya hablando y comiendo pasteles, sin hacer ni caso de lo que custodiaban, como si aquellas piedras sólo pudieran importar a los cuatro turistas chiflados que se perdíamos por allí. Fue en una iglesia barroca -máximo exponente de este estilo- donde los ojos se me arrasaron en lágrimas y sufrí palpitaciones hasta el extremo de no poder permanecer de pie, viéndome obligada a buscar un banco para sentarme. No sé qué me pasó realmente, pero pasados unos minutos me quedé sumergida en un agradable éxtasis. A mi regreso, hablando con una amiga que ama el arte tanto como yo, le comenté aquella extraña emoción. Ella se echó a reír y me dijo:
-Padeces el síndrome de Stendhal, el escritor, que cuando salió de la Santa Croce de Florencia se puso malo: su retina no pudo soportar tanta belleza y se quedó en éxtasis. Esa es, querida, una enfermedad exquisita.
Llegados a este punto me pregunto: ¿Hay alguna exposición actual, ya no que nos deje en éxtasis, sino que no nos deje indiferentes? Quizá el arte actual padezca la crisis que estamos viviendo; una crisis no sólo material sino también espiritual, con el agravante de que las crisis espirituales afectan más al arte que las materiales. Hace tiempo que no me maravillan las exposiciones a las que asisto, y lo que es peor, no sólo no me maravillan sino que además me cabrean, perdonen la expresión. Con tanto material técnico, con tanto soporte informático, lejos de ver una obra que me cautive o admire, lo único que aprecio en algunos cuadros es la copia de una fotografía mal hecha, la luz uniforme que reparte una cámara fotográfica, los fallos de un principiante, masa de pintura incontrolada, enormes cuadros dibujados a golpe de proyector. Algunas de estas exposiciones, como colofón, emiten un documental sobre al autor y su obra. En la última que estuve, viendo el documental de rigor, no sé si se trataba de un reportaje alusivo a la exposición o de un documental agropecuario. Para colmo, las críticas que leí en la prensa me dejaron estólida del todo. No deja de ser curioso que los expertos vieran todo lo que yo había echado en falta en aquellos cuadros. Y es que ellos, probablemente, desconocían los parajes en los que yo había crecido: los puedo ver con los ojos cerrados, con toda su luz, con el color en toda su intensidad, a todas las horas del día, en todas las estaciones del año… Los cuadros de aquella exposición tenían la luz automática de una cámara de fotos.
Puestos a sincerarme del todo, prefiero padecer el mal de Stendhal a sufrir el cabreo que me producen ciertas exposiciones y las opiniones de críticos políticamente correctos.





Foto.- Agrigento, Valle de los Templos (Sicilia)

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