viernes, 19 de abril de 2013

NO SONRÍE CON LOS LABIOS DE LA BOCA (Narciso de Alfonso)

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Desnudo (Vlaho Bukavac, 1910)



Hay una luz en algún lugar: puede que no sea mucha, pero viene y llega y hace el amanecer y, ya sin detenerse, hace la mañana. La belleza es difícil pero, de pronto, esta muchacha está ahí: deliciosa de fresca juventud, dulce y ferviente y encantadora. 

Al tiempo instantáneo de la eternidad le corresponde, ahora, el encuentro con esta muchacha desnuda de hilo blanco, recién resucitada, con su código de barras y su cara de padre y madre, que no sonríe con los labios de la boca. 

Tal vez todavía cabe, tendida, en su extensión femenina, en la longitud blanca de sus íntimos huesos directos e indirectos, en sus hermosas distancias. ‘Quiero saber si la noche ve abajo los cuerpos blancos de tela echados sobre la tierra’ ―dijo el poeta con precisión. 

Como sencillo merodeador, yo aprecio sus evidentes imanes positivos y su alto cutis inmediato; su grato peso de mujer humana y su temperatura de mamífera; sus escrituras sagradas y su portento. Y más: los mechones de pelo castaño atrapados bajo el brazo, que salen salvajes y despeinados como si fuesen el vello axilar de la doncella, tremendos como una melena loca, y que rompen la tibia y pálida armonía, que son un grieta afortunada por donde emerge la peluda irracionalidad y los estropajos interiores con los que quizá limpia a restregones sus astros obedientes y bonitos de muchacha bien. Pelos duros y enredados que son como las barbas de un molusco, dispositivos naturales para aferrarse y proteger sus dulces y larguísimas dependencias. 

Dije tremendo, dije grieta, dije peluda irracionalidad, dije casi, por no llorar –son palabras del poeta.


Narciso de Alfonso
El Merodeador, II


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