viernes, 12 de abril de 2013

SOMBRAS NADA MÁS (Antonio Envid)



AEM



A quién no le ha ocurrido alguna vez el cruzarse en su paseo con un perro desconocido y que a partir de ese momento el animal te siga insistentemente, de modo obsesivo. Tratas de despistarlo, y nada, el perro te sigue. Cambias de acera y va tras de ti, sorteando el tráfico. Ensayas el alejarlo, se para un momento, te mira extrañado, crees que lo has ahuyentado y cuando te vuelves, ahí está, tras tus pasos. ¿Te ha confundido con su amo? No, los perros distinguen a la gente perfectamente, no solo por su aspecto, su modo de moverse, sino, además, por algo más personal, por el olor, nadie huele igual que otro, al menos para un perro. ¿Ha visto en ti cualidades que le atraen? Sera eso, pero ¿por qué? Porqué tú y no otro cualquiera. Lo cierto es que es bien molesto y crea situaciones muy embarazosas. 

Les cuento esto porque así pueden hacerse una idea de lo fastidioso que pudo resultarme un fenómeno parecido pero mucho más sorprendente. Resulta que una noche volvía a mi casa cuando de pronto descubrí en la pared la impronta de dos sombras: la mía y otra totalmente desconocida. Miré a mi alrededor y no vi a nadie que pudiera proyectar esa sombra anómala. Mi moví con aprensión y comprobé estupefacto que las dos sombras me seguían. Cambié rápidamente de acera pensando que me libraría de aquel extraño efecto óptico, pero ¡qué va!, volvieron a proyectarse ambas sombras en la fachada frontera. Comencé a correr, preocupado, si no asustado, en un intento de alejarme de ese incómodo suceso, pero las sombras adquirían mi misma velocidad. Corría como un poseso, creyendo que mi pesado cuerpo sería más veloz que esas inmateriales cosas. Echando los pulmones por la boca hube de parar al fin y reflexionar que esa era la manera más estúpida de librarme de ese sorprendente fenómeno. Veamos, había tomado un par de cervezas con los amigos, quizá, tres, lo habitual, nada que pudiera afectarme, ni mucho menos, trastornarme hasta el punto de ver alucinaciones. Tampoco había comido nada que pudiera intoxicarme. Los porritos los dejé tan pronto como me sentí completamente adulto, y puedo confesarles con toda sinceridad que no me costó nada abandonarlos, nunca me sentí muy atraído por esa hierba que echaba un humete irritante y pestilente. No era en mí donde había que buscar la causa de tan insólita situación. Traté de serenarme y caminar hasta mi casa resignado a que me siguieran esas oscuridades que reptaban por el suelo y por las fachadas, alargando o achicándose, creando ángulos extraños de modo totalmente caprichoso. Dos compañeros silenciosos y un tanto lúgubres.

La noche, la reina de las sombras, nos engulló a todos. ¿Pero realmente desparecieron mis dos sombras o quedaron agazapadas a la espera de que el alba les diera permiso para saltar sobre mí? La noche fue inquieta, pero no me atreví a encender una luz en la falsa esperanza de que todo hubiera sido un fenómeno óptico creado por no se sabe que causa anormal. Sin embargo, al apuntar el día y abrir las ventanas, ahí estaban, unidas a mí por un extraño hilo de oscuridad. Si salía al pasillo, me acompañaban, si entraba en la cocina, venían tras de mí, en el excusado hube de soportarlas, o ellas me soportaron estoicamente. 

Poco a poco una idea se instalaba en mi cerebro, hasta que lo comprendí todo: una era mi sombra buena, la que me ha acompañado siempre, la que conoce mis actos más íntimos y los disculpa benevolente, la que me ampara, me protege y oculta a los demás mis vicios no confesables; la otra, era mi mala sombra, el saco de todas mis bajas pasiones, de mis miedos, de mis odios, de mi influencia nefasta hacia los demás, que bien por haber sobrepasado su límite, bien por capricho, cansada de ocultarse, se había puesto de manifiesto para darse a conocer a todo el mundo. 

Pronto descubrí que la mayoría de la gente, excepto los niños, proyectan, como yo, dos sombras, y aquí, en esta residencia donde estoy recluido, tengo mucho tiempo para contemplar esta rara manifestación de los demás, incluso me sirve de entretenimiento. La mayoría muestran figuras imperfectas: son cojas o tienen tres pies o tienen una joroba y un gesto picaresco a lo Marty Feldman en el “Jovencito Frankestein”, sombras deformes, reveladoras de vulgares perversiones. Pero algunas son verdaderamente monstruosas, capaces de erizar los cabellos al más pito, y entre ellas sobresale por su abominable aspecto la mala sombra de mi psiquiatra. En fin, me tomaré un sol y sombra y un prozac ahora que no puede descubrirme la enfermera.


Antonio Envid


2 comentarios:

  1. Antonio,
    Gracias por tu relato :he compartido tu experiencia , varias veces, noches de borrachera , íbamos tres ...A veces, una sombra se caía, la otra se recuperaba y al final íbamos todos juntos, "derechos" (es un decir)...sin entrar en conflicto contigo, alguna de las sombras me hablaba...y lo mas asombroso le contestaba.
    No se por cual magia, al pasar el umbral de mi casa se escapaban mis sombras. Es como si volvíamos en en imperio de la seriedad, del deber, del buen comportamiento : se fueron mis amigas de la noche, mis palabras no podían salir de mi boca : si alguien las escuchasen entonces, serian pruebas para condenarme al silencio y al desprecio...Sin alentar (pero con el aliento cargado), me puse el pijama, me metí en la cama y volví hacer un dialogo mudo, lleno de sombras que me hablaban...

    ps : Gracias Antonio y me perdonaras el "pastiche" palido...aun falta ejercerme !

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  2. Bernardo, me has sorprendido con lo bien escrito que está tu relato. Estás haciendo enormes progresos con el español. Un fuerte abrazo. Antonio.

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