jueves, 25 de abril de 2013

ESCRACHEROS Y PAHÍSTAS (Antonio Envid)



sgs

Seguramente hay buenas cosas que importar de Argentina, pero hemos elegido el poco edificante fenómeno del “escrache”. Entre la Argentina que salía de una cruel dictadura militar, donde surgen estas violentas algaradas, y nuestra situación social hay muchas más millas de distancia de las que nos separan geográficamente, pero también, entre las juventudes fascistoides peronistas que protagonizaron los inicios de estas protestas y quienes organizan parecidos alborotos aquí, afortunadamente, hay diferencias esenciales.

Cuando sufrimos una erupción, el médico examina el funcionamiento del hígado, diagnosticando, las más de las veces, una intoxicación. El síntoma revela que algo en nuestro organismo no va bien pero no es la enfermedad, es su manifestación visible, y mal médico sería quien nos despachase con una simple crema para combatir la irritación de la piel sin inquirir el origen de la misma. Pues bien, igualmente ocurre en el cuerpo social, las manifestaciones violentas de descontento revelan una grave incapacidad de nuestra democracia para canalizar el malestar social. Al igual que una olla a presión sin válvula de seguridad, terminará estallando.

En nuestra imperfecta democracia, los políticos se nos dirigen una vez cada cuatro años para pedirnos el voto y una vez obtenido se corta cualquier comunicación posterior. Como casta de eupátridas se recuestan en la tribuna a discutir entre ellos, la mayor parte de las veces de espaldas a la ciudadanía. Un diputado, una vez obtenida su acta, se convierte en un peón de su partido. ¿Qué diputado se dedica a atender las quejas y preocupaciones de la gente de su distrito que lo ha elegido? Y en el caso de encontrar esa rara avis ¿serviría de algo? ¿Sería escuchado por su partido? ¿Podría llevar al Parlamento esas preocupaciones? Muchas cosas hay que cambiar en nuestra estructura política, pero la más urgente es que las listas sean abiertas, y que los candidatos se curren su próxima acta durante los periodos legislativos.

Como el mal médico, se pretende combatir los síntomas, demonizar a los que protestan, acusarles de antisociales, sin hacer nada para entablar un diálogo democrático y civilizado. No entiendan que yo defiendo los modos de esos escracheros y pahístas (mucho menos las broncas formas de la cabecilla de la PAH Ada Colau), pero no se les puede anatemizar sin más. De momento, bueno sería olvidar esa horrible palabreja “escrache”, lunfardiana y canallesca tan ajena a nuestro castellano, más propia de gentes del talego que de ciudadanos civilizados. Me dicen que su origen sería francés, idioma en el que écraser significa aplastar. Pues eso, no se trata de aplastar a nadie.

Antonio Envid Miñana
22 abril 2013












3 comentarios:

  1. No siempre las palabras responden a su significado, que son las palabras como seres vivos que juegan con nosostros a la "soguica escondía". Y lo que en un principio "escrache" pudo ser una manifestación pacífica en pro de los derechos humanos, viene a convertirse en subrealismo, un eufemismo capaz de ser tipificado de criminal y asesino. Y nos convertimos en jueces de las personas en lugar de enjuiciar a las palabras que no supieron decir bien aquello que pretendían.

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  2. El fracaso en la convocatoria de ayer para "asediar al Congreso", el que no hicieran acto de presencia los pahistas, ni otros grupos protestadores, demuestra que los escarachistas han reflexionado y que este es un pueblo muy civilizado (demasiado, quizá).
    Las manifestaciones pacíficas expresando los problemas que aquejan a la ciudadanía, son legítimas y hay que escucharlas, sobre todo cuando el sistema de partidos endogámicos práctica una democracia tan inperfecta como la nuestra.
    Las palabras ¡ay, las palabras! son temibles cuando se manipulan, cuando se subvierte la realidad a través de ellas. Los aragoneses siempre hemos tenido a gala llamar pan al pan, y vino al vino, aunque yo no me lo crea del todo. Cuando empezamos a llamar al maestro profesor de primaria y al portero empleado de finca urbana, comenzamos en este país a deslizarnos hacia el surrealismo.
    Antonio

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