lunes, 2 de marzo de 2009

CRÓNICA CON TROPEZONES por Azulenca

La cacería del Juez Garzón con el ministro de Justicia alcanzó la semana pasada el grado de matanza y ha quedado reducida a una hecatombe. La cacería, de momento, se ha cobrado una víctima. Ahora nos queda un juez ansioso y un Mariano de la vida; un Mariano del PP sin doverman y con perrita maltesa. Toda esta fechoría pinta mal, pero lo peor de todo es la indecencia y naturalidad con la que se abordaba el tema: el telediario estaba más próximo al programa Jara y Sedal que al análisis serio de la noticia.

Me gustaría saber qué entienden estos cazadores por Democracia. En manos de esta gente es un sistema del que se valen para instaurarse en el cargo, ahora sólo falta que también instauren la putrefacción. El juez ansioso se ha salvado y es que es el que más tapa cuando todo se destapa. Por eso no puede ni será nunca víctima. Ahora se dedicará a la pesca, seguro que se le da muy bien.
Me viene a la cabeza otro juez que fue ministro con dos cabezas y ahora es alcalde. Desde que está en Zaragoza Belloch -como dicen en mi pueblo- se ha enreciao. Le sienta bien el cierzo y se recrece como el Ebro. La climatología ha obrado también un cambio espiritual, que todavía no me atrevo a calificar de milagro. Nunca me hubiese imaginado a Juan Alberto poniéndole una calle al fundador del Opus Dei, es más, en estos tiempos tan laicos se ha negado a que circulen por su ciudad los autobuses con propaganda pro atea. Y es que todos los zaragozanos saben que el futuro de Belloch está en El Seminario.
Nuestro José Antonio Labordeta ha escrito un libro contando su paso por el Parlamento. El otro día le preguntaron en TV y dijo que no había comprendido nada del trabajo en el Parlamento. Yo no sé si se refería a su trabajo o a la labor del Parlamento. Una periodista que trabajó durante años en el Congreso me comentó en cierta ocasión, que si el Congreso no te espabila es que lo tuyo es de nacimiento y te lo tienes que mirar. Creo, sinceramente, que Labordeta se perdió el primer día en el Congreso y ya no se halló. Tampoco lo encontraron porque no se puede ir por ahí sin brújula, sin educación y sin mochila.
Entre tantas declaraciones que a veces me dejan estólida, las televisiones: las nacionales y las regionales, a eso de las ocho de la tarde, meten las cámaras en los fogones. Me agobia ver a los cocineros entre el fuego y la fritanga cortando en juliana, removiendo, salteando y flambeando hasta mostrar platos harto elaborados. Los periodistas encargados de supervisar la receta concluyen abrasándose la boca con la delicia de diseño y haciendo momos con la mano. No me gusta que me bombardeen con tanta receta, a veces cara o con exceso de colesterol, en tiempos de crisis.
Yo a lo mío, como todos los miércoles al cine. El lector (The Reader). Supuse que esta película no me iba a defraudar, tenía muchos motivos para gustarme y hasta para arrancarme las lágrimas. Las que pasamos horas muertas sedentes libro en mano, una historia así no nos deja indiferente. En la última parte me sentí identificada con el protagonista. Arrellanada en la butaca del cine recordé aquellas tardes en un agujero negro leyendo Literatura a mis chicos y ya, cuando Ralf Fiennes comienza la grabación:
Musa, dime del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado el alcázar sagrado de Troya…
Ahí no pude contenerme y se me escaparon las lágrimas. Yo también hubiese escogido La Odisea.

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