Villamayor de Gállego, 1 de marzo de 2010
En la trasnochada, repaso el día y me quedo con una imagen urbana: las bicicletas. En Zaragoza se está imponiendo una moda, o tal vez quieren hacernos pensar que es una alternativa al autobús. Tal es así, que la bicicleta ha obtenido la “consideración ciudadana” de transporte público. Yo a simple vista no logro comprenderlo, pero si le aplico la visión de trasfondo se entrevé algo más. Ahí dejo la cosa. Si hace veinte años me llegan a decir que iban a circular las bicicletas libremente y a toda velocidad por las aceras del Paseo Independencia, me hubiera quedado estólida. Pero claro, la realidad diaria son unos autobuses que no cumplen las frecuencias, más el transbordo a las lanzaderas; con esta lógica aplicada la cosa se ha convertido en alargadera. El autobús público es la mejor forma de no llegar a tiempo a ninguna parte.
Las bicicletas ancladas al amarre ya forman parte del mobiliario urbano y como novedad tienen demanda; no puedo opinar si el sistema funciona bien o mal porque no lo utilizo. Pero fijémonos en la nueva generación de ciclistas nacidos al albur de esta “moda novedosa”. Me maravilla esa gente montada en bicicleta con cara de no controlar, trastabilleando con el manillar, dándole al pedal con esfuerzo. Y es que Zaragoza, hasta la fecha, no pertenece a esas ciudades con cultura de bicicleta, tampoco me parece que el clima pueda contribuir a ello: cierzo y bochorno. Añadir, temporalmente, la carrera de obstáculos con las obras del tranvía. En fin, si han declarado la bicicleta como alternativa al transporte público y consienten en que los ciclistas puedan circular por las aceras; yo no tengo nada que decir al respecto. ¿Se puede llamar a esto sentido común? De momento contemplo la bicicleta más como una novedad que como una solución. No sé si “alguien con algunos otros” se han empeñado en hacer de la bicicleta un negocio o una solución incómoda para todos: conductores, ciclistas y peatones. Y digo incómoda, porque el carril bici en una ciudad sin cultura de bicicleta se contempla por parte de peatones y conductores como un estorbo; amén de que no veo circular demasiadas bicicletas por su carril. Por curiosidad, sólo por curiosidad, me gustaría saber las cifras que mueven las bicicletas, saber los números redondos de esta solución alternativa al transporte público. Pero no quiero que piensen al leer esto que soy una detractora de la bicicleta, ni mucho menos. Quiero que tomen estas líneas tan sólo como una reflexión.
Cultura de bicicleta. Cuando me paro en este punto me viene al recuerdo Amsterdam y Florencia, habrá muchas más ciudades en Europa donde la bicicleta tenga una trayectoria en la historia de la ciudad. Pero voy a hablar de estas dos ciudades europeas porque las conozco. En Amsterdam, los turistas que no teníamos cultura de bicicleta invadíamos el carril bici continuamente como si se tratara de una prolongación de la acera; lo que nos valía la bronca de los ciclistas. En Florencia los extranjeros no veíamos las bicicletas, sólo miramos hacia arriba: hay tanto que ver que lo de abajo no importa. Los florentinos se pasan el día dando timbrazos para llamar la atención de los viandantes, pero da igual, los forasteros nos embelesamos mirando cúpulas, campaniles y fachadas. Los toscanos, por lo general gente educada y paciente, se bajan de la bicicleta para no atropellar a los turistas y cuando ven vía libre se vuelven a subir y reemprenden la marcha: es frecuente verlos a pie arrastrando la bicicleta en medio de una nube de japoneses. Esto es lo que yo he visto en dos países con cultura de bicicleta.
Y puestos a llegar al final y dar soluciones cabales, me pregunto: ¿Por qué no una red de trenes de cercanías? ¿Por qué no una nueva reestructuración de los autobuses urbanos con nuevas trayectorias? Ahora espero con ansia y entusiasmo que a algún ilustre e inveterado político, junto con alguna empresa naviera, promueva la barca como medio público de transporte. Sería precioso embarcarse en el Gállego y desembarcar al pie de la Basílica del Pilar. Y mientras esto llega, nos encontramos con una Zaragoza destrozada en todos los sentidos, eso sí, a base de sangrar a sus contribuyentes.
Foto encabezamiento: Plaza del Anfiteatro, Lucca (Toscana).
Creo que lo peor que puede pasar es intentar imitar otras ciudades, ya que cada ciudad tiene que mirar cómo es, su clima, sus gentes, es como querer que Aragón tenga mar, habrá que fomentar sus montañas, pero nunca tendrá mar. Por otra parte no creo que la bicicleta ea un medio de transporte público ya que nos olvidariamos de todas aquellas personas que tienen problemas, de visión, de oído, que no pueden andar correctamente,y ya sin mencionar las ganas que se tengan de usarla, si hace frío,llueve o viento, muy pocas, la verdad creo que la bicicleta no es una solución para el transporte público, creo que es para muy pocos,¿y el resto? Tus opiniones en la trasnochada nos hacen pensar también. Gracias, y sigue escribiendo.
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