miércoles, 24 de marzo de 2010

PEGA, PERO NO RECETES (Antonio Envid Miñana)


“Pega, pero no recetes” retaba don Juan Moneva al rector de la Universidad zaragozana y catedrático de Medicina Royo Villanova. Sin embargo, aquellos simpáticos e ingenuos personajes de la Zaragoza decimonónica no podían imaginar que estaban enunciando un grito de libertad contra la maldad a que podía llegar el afán de lucro de la industria farmacéutica de algo más de un siglo después.

Seguramente los efectos de la talidomina, que azotó Europa durante la década de los sesenta del siglo pasado, fueron fruto de una mala praxis en la investigación farmacéutica. Las miles de criaturas que tuvieron que cargar toda su vida con horribles malformaciones no era el resultado conscientemente querido por el laboratorio comercializador de este medicamento. Sin embargo, en ocasiones, el desmesurado deseo de ganancias de esta industria puede inducir riesgos a la población de una forma consciente.

La industria farmacéutica mueve al año más de 200.000 millones al año, y nada les detiene para lograr un constante incremento de sus beneficios. Su poder es inimaginable y capaz de corromper cualquier persona y estructura. Además se halla fuertemente concentrado, pues sólo 25 corporaciones controlan el cincuenta por ciento del mercado mundial y, de ellas, seis empresas concentran la mayor parte.

Ni la OMS ni la UNICEF son siempre acreedoras de la presunción de altruismo que debería de rodear sus actuaciones, su historia registra más de un episodio oscuro; no siendo fácil de comprender, por ejemplo, que puedan ser compatibles los fines de protección a la infancia de UNICEF con sus masivas y costosas campañas de esterilización y anti natalidad. Ambos organismos se encuentran hoy enfrascados en convencer a las madres subsaharianas de que es más saludable para sus hijos las leches maternizadas que el pecho materno, y ello aun a sabiendas de las desastrosas consecuencias cosechadas en el pasado por alimentar a estos niños con leches disueltas en aguas contaminadas. ¿Qué se busca, la salud de estos infantes o desarrollar el mercado de multinacionales como Nestle, amén de aumentar la dependencia de estas regiones con el Occidente?

No olvidado el fiasco provocado por la alarma de la “gripe aviar” (que en total habrá provocado en todo el mundo unas cien muertes) se desata la alarma social, perfectamente orquestada, echando mano incluso de la OMS, de la “gripe A” (pronto se eliminó el calificativo de “porcina”, pues recordaba demasiado al gran fiasco de la “aviar”) convenciendo a todos los países del planeta para que desembolsaran millones de dólares en la compra del “tamiflu” y de vacunas. ¿Cuántas dosis de vacuna compró España, veinticinco millones como anunció el Ministerio de Sanidad? Qué negociazo para Sanofi-Aventis. Ojo, no critico la actuación de la ministra Trinidad Jiménez; dada la situación de histeria colectiva que supieron crear los laboratorios, seguramente no quedaba más remedio que tirar esa ingente cantidad de dinero.

Mientras la industria farmacéutica crea enfermedades para dar utilidad a los antídotos que ha patentado, las enfermedades reales, que afectan a los pobres, como la malaria (que causa unos dos o tres millones de muertes al año) o el dengue o el mal de Chagas y otras, de las que mueren medio millón de personas anualmente, apenas si merecen su preocupación (actualmente, dicen, que hay unos mil ochocientas drogas contra la obesidad pendientes de registro).

Con ser preocupante lo anterior, todavía es más espeluznante el campo de los fármacos en el área de la psiquiatría. En una sociedad que trata de eliminar, por todos los medios, al incómodo, al diferente, al raro, al que piensa por su cuenta, es cuestión de tiempo el que se alíen los Gobiernos con los todopoderosos laboratorios fabricantes de drogas contra la “alienación”. Siempre es más políticamente correcto motejar de pobres enfermos mentales (a quienes hay que ayudar a recuperar su salud) a los que no encajan en el standard, que tildarlos de opositores, revolucionarios, asociales y rodearlos de una aureola de rebeldía. Que la fobia social se esté tratando con fármacos que no son inocuos, cuando cualquier persona sensible e informada ha de sentir cierto incomodo ante una sociedad tan imperfecta, ya es un augurio de lo que puede acontecer. Que se haya calificado como enfermedad “el trastorno de comportamiento perturbador no especificado”, aparte de que lo peculiar de ella sea su inespecifidad, es bastante perturbador. ¿Qué pensar del “trastorno de incumplimiento terapéutico”? ¿Quién podrá sustraerse a la tiranía de la bata blanca a partir de tan útil descubrimiento?


Antonio Envid Miñana

1 comentario:

  1. Estoy totalmente de acuerdo en lo de la "fobia social", yo tengo claros síntomas de padecerla, el monótono sonsonete del tópico y del lugar común que oigo cuando escucho a la sociedad meproduce una fuerte neuralgia.

    Me voy a tomar una aspirina con un lingotazo. Adios.

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