Villamayor de Gállego, 12 de marzo de 2010
En esta trasnochada del sábado me sale del corazón rendir un postrero homenaje a Miguel Delibes. Decir adiós a Miguel Delibes es decir adiós a la narrativa española del siglo XX. Sentada en el sillón de mis trasnochadas sus libros me están mirando, alzo la vista y me encuentro con La hoja roja, con el Diario de un cazador, con Cinco horas con Mario, con Los Santos Inocentes, con Señora de rojo sobre fondo gris, con El hereje...
Delibes ha sido el gran conocedor de las palabras, el autor más diestro manejando el castellano, el gran filántropo de las Letras Españolas; sin olvidar su compromiso con el tiempo que le tocó vivir y su aportación en el campo de la innovación narrativa. En la obra de Delibes queda plasmada la realidad social de la España de finales del siglo XX: tanto la profunda, como la burguesa. Ahí deja su legado: en el trasfondo social de sus novelas, en ese retrato de familia inmortalizado en cada personaje, en ese retazo de nuestra historia en el que enmarca su narración, en esa vida cotidiana del siglo XX magistralmente contada.
Leer La hoja roja -siendo una prácticamente una adolescente- me hizo contemplar la vida desde otro ángulo; ese ángulo fascinante que abarca la literatura, esa savia sin la cual no podría ni sabría vivir. Mi despertar a la vida desde ese otro ángulo se lo debo a la delicadeza con la que este maestro de la narrativa desnudaba el alma de sus personajes, su filantropía, esa filantropía que siempre le caracterizó. Y esa narrativa perfecta desnudando sentimientos, mostrando el alma humana y la simpleza de la vida debió calarme hondo. Fue entonces cuando me inventé un slogan, mi slogan, esa frase que siempre suelto cuando presento un libro, cuando me toca abrir una charla literaria: quien no lee se pierde media vida y cuando digo lectura, digo Literatura, Literatura, Literatura.
La obra literaria de Delibes ha sido reconocida universalmente; pero hablar de Miguel Delibes obliga a hablar del hombre. Un hombre comprometido que no hizo política, que nunca se colgó el cartel de intelectual, un hombre que concedía a los premios su justa importancia: una vida equivalente a su obra. Una vida que llenaba de pequeños momentos con sus aficiones cinegéticas, rodeado de su familia, inmerso en su labor diaria. A Miguel Delibes le había salido la hoja roja hacía ya tiempo, él lo sabía y aun así nos regaló en toda su lucidez septuagenaria El hereje, la mejor novela histórica que he leído en los últimos años.
Tras el adiós a Miguel Delibes, en esta trasnochada, contemplo con pesimismo la actual narrativa española. Si entramos en valoraciones debemos empezar por esos escritores que acuden a tertulias zafias, que militan políticamente a cambio de una columna bien pagada, que narran historias ajenas a la realidad española empleando patrones extranjeros, que relatan y componen sobre la marcha, que se venden a las editoriales a cualquier precio y que con tal de fabricar un best seller son capaces de contar miserias propias y ajenas. Respecto al campo editorial prefiero no opinar.
Pero lo más preocupante no son esas islas de papel repletas de decadencia bien encuadernada que nos reciben a las entradas de las librerías, lo más preocupante es el futuro. Y el futuro se hace y se forma en las aulas de colegios e institutos. Yo fui afortunada al tener en el temario de COU la obra de Delibes, de hecho era de lectura obligada. Ahora la realidad es otra, escritores de nueva hornada unidos a editoriales que acercan su mediocridad a las aulas, nuevas clasificaciones de novelas cerradas y abiertas que rizan el rizo para no aportar nada; con estas someras pinceladas está claro que el diálogo político entre escritores y profesores se impone y que la calidad literaria es lo que menos importa. Este es el futuro: profesores de Literatura que leen el Código Da Vinci y desconocen la obra de Joyce, alumnos que se aburren con la Literatura. No me extraña, con profesores así hasta la vida aburre.
Adiós a Miguel Delibes, adiós a la narrativa española del siglo XX.
Una de las personas a las que más quiero conoció a Miguel Delibes en su faceta de cazador. Le he preguntado por él y me ha explicado que era un hombre sencillo, nada jactancioso y gran amante de la naturaleza. La segunda vez que se vieron fue Delibes quien se acercó a él y le dijo: yo a tí te conozco y le recordó una anécdota muy divertida sucedida tiempo atrás.
ResponderEliminarLa verdad, es que no voy a decir nada nuevo de él como escritor, pero en este tiempo de mediocridades, si además eres una persona sencilla y accesible, que no camina por la vida esperando a que la gente le rinda pleitesía...¡Cómo admiro a esos genios sencillo y cercanos!
Y la verdad es que coincido contigo. Ahora, en las novelas prima la acción y el enrevesamiento de la trama sobre el lenguaje y los temas sencillos, los más gandes y profundos, sin duda.
Pero claro es que esos mediocres ecritores que llenan las librerías...no son Miguel Delibes.
Espero no ver el día en que se estudie en Código da Vinci en la asignatura de literatura.
Gracias y salud!!
Vladimira
"¡Cómo admiro a esos genios sencillo y cercanos!"
ResponderEliminarVladimira, es que los auténticamente grandes suelen estar cortados por ese patrón. A mi me honra con su amistad uno de esos -igual es el último que queda-tambien el blogger se honra de ella. Hablo de D. José Martínez de Sousa.
Añade que suelen ser generosos. Su saber no lo guardan, lo desparraman para todo aquel que se lo pida y sin mirar color.
Grande D. Miguel Delibes. Grande D. José Martínez de Sousa.
Besitos
La Conchaparis
La verdad es que no me gusta extenderme mucho En la Trasnochada. Prefiero dejarla en una reflexión escueta y no en una larga exposición.
ResponderEliminarDe Miguel Delibes podríamos estar hablando horas y días; pero me ha faltado decir, escribir lo que voy a decir ahora: Miguel Delibes era un hombre que daba la talla. Con esto quiero decir que no se vendió a editoriales y a premios como hicieron otros coétaneos suyos. Él mismo confesó que le habían ofrecido un premio en caso de que se presentase al concurso y que había declinado dicho ofrecimiento, argumentando que ese premio a esas alturas de su vida no le interesaba, que los premios deben darse a la gente que empieza. Vamos, que rechazó una sustancial suma de dinero para terminar añadiendo que se conformaba con escribir y que le publicase la editorial que le dió el espaldarazo en sus comienzos.
María Jesús Mayoral