martes, 26 de octubre de 2010

EN LA TRASNOCHADA, 31 (María Jesús Mayoral Roche)




En Villamayor de Gállego, 25 de octubre de 2010

En esta fría trasnochada de octubre las imágenes de las pasadas Fiestas del Pilar reverberan en el recuerdo. Los que durante años nos hemos visto obligados a abandonar nuestra tierra porque no teníamos futuro en ella, sentimos lo regional de otra manera. Al menos en mi caso.

Cuando llegué a Madrid en 1989, la capital de España me venía grande, toda ella me disgustaba; me acordaba de las torres del Pilar, del “campanal” de mi pueblo, me preguntaba cuándo volvería y lloraba. El periodo de adaptación a la gran urbe duró un año, pasado el mal trago, decidí salir del caparazón y abrirme a cuanto me ofrecía esta gran ciudad. Dar este paso me hizo ver las cosas de otra manera y hasta llegué a reconocer que el asado segoviano es mejor que el nuestro, que los coches de carreras en provincias no corren y que ser aragonesa es sólo un dato más de la persona. En Madrid hay de todo menos madrileños y cuantos llegábamos allí aportábamos lo mejor de nuestra de cultura, incluido el vino.

En una semana de las Fuerzas Armadas -tan celebradas en el Madrid de aquella época- me regalaron tres entradas para asistir al concierto de las Bandas de Música Militares. Invité a mi tía y a su amiga, dos entusiastas de todo lo castrense. Perfectamente instaladas en un palco, frente a la Reina, el Príncipe y el Ministro de Defensa, tras escuchar el himno nacional, comenzó el concierto. Abrieron de par en par las puertas del Auditorio y al son de tambores y cornetas entró la Banda de la Guardia Civil interpretando Los Sitios de Zaragoza. ¡Qué momento! Madrid, el Auditorio, la Reina, el Príncipe y Los Sitios de Zaragoza. Aquellos inesperados acordes nos hicieron estallar en lágrimas a mi tía y a mí; a mi tía por ser nacida en Zaragoza y a mí por estar lejos de mi tierra. En el intermedio me encontré con una antigua compañera de colegio, riéndose y con cierto retintín me dijo: Estáis tan en primera fila que se os ha visto llorar perfectamente. Hay que añadir que ella era de Salamanca y que llegó a Zaragoza circunstancialmente; ella no sintió emoción del momento, le faltaba el sentimiento que da la tierra.

En mi pasado viaje a Palermo en compañía de unos amigos italianos y en el transcurso de una conversación, Maurizio me dijo: Hay momentos en los que llego a olvidarme completamente de que eres española. En el tono de sus palabras se reprochaba esta desconsideración. Sin embargo aquel comentario me sorprendió gratamente, pues daba a entender que no me tenía en la sola consideración de una extranjera que habla italiano. A qué viene todo esto, se preguntarán. Pues viene a cuento de que pese a ser una enamorada de Italia, hablar italiano, estudiar su historia, gustos y costumbres, me falta lo fundamental: el sentimiento. Nunca podré llorar escuchando una canción napolitana, porque me falta la raíz.

A estas alturas de mi vida confieso que las cosas de mi tierra han dejado de emocionarme y pienso que hasta se ha solidificado el sentimiento que da el paisanaje. Abandonar la tierra por un trabajo en Madrid, andar por el mundo adelante y comer de muchos platos te hacen ver las cosas de otra manera. Eso sí, sigo la tradición: me visto de baturra para ir a la Ofrenda de Flores y al Rosario. Así reflexionaba yo hasta hace unos días. En estos tiempos en los que la TV nos bombardea con cientos imágenes, siempre se escapa alguna que te toca el emocional. Tenía olvidado completamente el Certamen Oficial de Jota, y es que en otro tiempo solía ir al Teatro Principal para seguir la trayectoria de los joteros de mi pueblo. La casualidad quiso que la TV me brindara las imágenes de la Jota de Zaragoza bailada, ante el brío de la jota y la perfecta ejecución del baile, no pude reprimir las lágrimas. Esas lágrimas que creía olvidadas.

Maria Jesús Mayoral 

7 comentarios:

  1. Unos dicen que la única patria es la infancia y otros, que la lengua materna. Es lo mismo, en la infancia somos esponjas que absorbemos todo lo que hay en nuestro alrededor y eso nos acompañará ya toda la vida, vayamos donde vayamos. Yo me sorprendo, que no me gusta la jota y abomino de cierto “joterismo” afin al “baturrismo”, cuando se me hace un nudo en la garganta al escuchar una jota (no la que escuchaba por las güebras y huertas del pueblo de mis padres, sino, incluso, las jotarradas comerciales de mucho vozarrón y poca sensiblidad). En cuanto a la ofrenda de flores, no puedo reprimir las lágrimas, a pesar de que me ofenda el que abunden los disfraces de baturro. Es lo único que tenemos que aglutina a todos los aragoneses, sin distinción, es un acto de afirmación aragonesa poco comprensible. Ese fervor al menhir ancestral, al ídolo de la tribu y al que se suman contagiados de entusiasmo los sudamericanos que viven entre nosotros, me produce un estremecimiento un tanto irracional.
    Tú lo explicas muy bien, como siempre. Afortunadamente hay un bastante iracionalidad en nuestros sentimientos.

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  2. Bueno -y al hilo del comentario de Antonio-, pues ahora parece que si no tienes inclinaciones "nacionalistas" eres un renegado hijodeputa.
    María Jesús expone una visión personal que para mí es la más moderna. "Moderna" en el sentido de actual, porque, a la altura de nuestros tiempos, es la que culturalmente debiéramos tener todos (cuestión de formación): querer lo propio sin dejar de ser universal; ser universal sin dejar de querer lo propio. Eso es Madrid, eso es Nueva York, eso son las grandes metrópolis. En ellas uno se siente en su casa. Lo dice muy bien María Jesús:

    "El periodo de adaptación a la gran urbe duró un año, pasado el mal trago, decidí salir del caparazón y abrirme a cuanto me ofrecía esta gran ciudad. Dar este paso me hizo ver las cosas de otra manera y hasta llegué a reconocer que el asado segoviano es mejor que el nuestro, que los coches de carreras en provincias no corren y que ser aragonesa es sólo un dato más de la persona. En Madrid hay de todo menos madrileños y cuantos llegábamos allí aportábamos lo mejor de nuestra de cultura, incluido el vino".

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  3. SIGO: ¡Qué pobreza, que palurdez, el nacionalismo!

    Y, en cuanto a lo que dice Antonio: a mí no tampoco me gusta la jota, pero en algún momento, escucharla o -sobre todo- verla bailar (insisto: "en algún momento") me pone los pelos de punta. Tampoco soy creyente, pero la Virgen del Pilar, es "La Virgen".

    Ahora bien, soy universal. Y mis verdaderas raíces no están en la jota sino en el blues. Sí, en el blues, porque me he criado entre esa música, música de negros interpretada por negros y blancos).

    De mi generación, quien diga que sus raíces están en la jota (aquí en Aragón), sinceramente no resulta creible en un amplio porcentaje. Aquí, a principios de los sesenta se oía música rock, pop, mucho soul (teníamos la base americana) y algo de blues. Desde luego, la fabla nunca la hablamos, y cuando alguien decía azanoria en vez de zanahoria o alicotero en vez de helicóptero, lo decía porque no sabía hablar. Ese habla esa forma de hablar NO está en mis raíces, me hacen gracia las expresiones, sonrío cuando las oigo, pero ni tienen nada que ver con mis raíces ni mucho menos las elevo a la categoría de "cultas", al contrario, están en las antípodas de lo culto.

    Entonces, ¿no soy aragonés? Como la copa de un pino. Pero Aragón no ha sido en mis raíces, ni en las de mis padres, ni en las de mis abuelos, una palurdez, la mayoría de los aragoneses sabía hablar bien y decía helicóptero en vez de alicotero; hablaba y habla un buen "español" (por antonomasia: el castellano) salpicados de algunos vocablos aragones (encorrer, pozal, barrer etc. exclamar "¡bien!" cuando no nos creemos algo, cuando lo negamos). En Aragón, en Zaragoza, en los años sesenta se cantaba rock y se bailaba el twist mucho más que la jota. Tras el rock está el blues, la verdadera raíz.
    La jota tiene muy poco que ver conmigo. Sin embargo, sin embargo... a veces, cuando la oigo, se me ponen los pelos de punta, insisto. Es como la fotografía del abuelo: enternecedora. Pero nada más. Mis hijos, primero que hablen bien español, segundo inglés, luego que tengan alguna idea de filosofía y que lean... Y luego, en los ratos libres que miren la foto del abuelo -que también es importante, pero sólo en los ratos libres-: o sea: que disfruten de la jota y de la Virgen, pero que no hagan de ello ni su bandera ni su objetivo principal, antes el Quijote... y Gracián, por supuesto.

    A mí, esta gente aragonesista no me puede echar en cara nada: yo tengo escritas tres novelas que se desarrollan en mi tierra (también Antonio tiene una novela absolutamente zaragozana); y tengo también dos dramas sobre dos grandes personajes aragoneses: el Papa Luna y Ramón y Cajal. Quién y qué coño me van a hablar a mí de aragonesismo, por favor. Pero ante todo, cuando más tiemblo es cuando en el quinto coño del mundo me abrazo con una persona lejanísima, muy diferente a mí, pero al mismo tiempo igual exactamente igual que yo.
    En definitiva, todos lloramos, nos reímos y nos emocionamos por las mismas cosas: aquí y en Sebastopol. Todos somos iguales y, a la vez, distintos. ¡Qué maravilla!

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  4. En definitiva, todos lloramos, nos reímos y nos emocionamos por las mismas cosas: aquí y en Sebastopol. Todos somos iguales y, a la vez, distintos. ¡Qué maravilla!
    dice Servando y he buscado el célebre monologo de Shylock en el Mercader de Venecia
    “Soy un judío. ¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no se alimenta de la misma comida, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos?, Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?"
    En cuanto al habla, el aragonés ha contribuido mucho a lo que hoy conocemos como español, yo disfruto metiendo aragonesismos en mi habla, no se si habrá pasado despercibido mi mención a la huebra o güebra, que así se pronuncia en muchos pueblos, gente de más de cincuenta años todavía lo utiliza en Peñaflor. Por otra parte el aragonés siempre ha hablado un español sintácticamente correctísimo, mas correcto que los castellanos.

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  5. Cómo me gustaría tener saber quien soy. Os conocéis. Sabéis de qué pasta estáis hechos y sabéis distinguir vuestras influencias y cómo han sedimentado hasta convertirse en rasgos personalísimos.

    Yo no tengo nada de eso. Camino por la vida observando y preguntándome cómo soy y qué cosas me han influido y recuerdos. Ni infancia ni o recuerdo mi infancia ni tengo idea de qué me ha influido.

    Soy un imán incompleto. Soy un imán que sabe que es un imán cuya fuerza es la esperanza. Y sé que encontraré mi identidad y me aferraré involuntariamente a ella.

    Y bueno, la jota tiene algo de portentoso. La buena jota es como todo lo bueno: toca la sensibilidad.

    Aunque no sé quien soy, escuchándoos sé cómo me gustaría ser.

    Y respecto al castellano, discrepo: los salmantinos, de cualquier pueblo y estrato social hablan con una corrección y sobriedad pasmosa.

    Salud!

    Vladimira

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  6. Esto es para Vladimira. Tengo un amigo pintor cuyos cuadros destacan por la pureza de los colores y por su luminosidad. Un día me dijo: "Yo no he tenido una infancia desgraciada, pero no recuerdo ningún día feliz de ella". De esa infancia gris surgen, sin duda, sus cuadros luminosos y puros que a mí me transmiten calma y serenidad.

    Ya hablo con parábolas, esto voy a ir a que me lo miren ¿será grave?

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  7. Antonio, yo no recuerdo anécdotas de mi infancia pero sé, con esa certeza intuitiva y rotunda que fui feliz.

    Pero ahora no tengo acceso a ese disco duro. Quizá sea mejor así.

    Gracias.

    Vladimira

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