jueves, 17 de diciembre de 2009

DIÁLOGOS CON UNA CHINCHE (Antón Perulero)

Había anochecido y no me apetecía conducir mi coche por aquella carreterilla local poco frecuentada, de modo que inquirí sobre un hotel o fonda en los que pasar la noche. –Ni hotel ni fonda tenemos, pero sí una casa rural, que es muy acogedora. Contestó mi interlocutor, pasando a continuación a ponderar el alojamiento con tanto ardor, que enseguida comprendí que era de su propiedad. Pero no había otra alternativa.
Al poco de acostarme en la cama de tan “acogedora” vivienda comencé a sentir unas picaduras, que me tuvieron gran parte de la noche despierto, rascando y dándome mantazos por todo el cuerpo, en un intento desesperado de librarme de tan molesto compañero de cama.
Cuando al fin, fatigado, me vencía el sueño, en ese estado de semivigilia donde el mundo de la realidad y el de los sueños se tornan ambiguos, escuche una vocecilla de agudo timbre metálico.
-Ya era hora de que dejaras de perseguirme a manotazos. Vamos a llevarnos bien. No busques, no, que no me encontrarás, pero escúchame, ya no voy a incordiarte más por esta noche, ya estoy satisfecha y no necesito más.
-¿Quién eres, una pulga? Bien me has fastidiado y te aseguro que cuando te encuentre te reventaré con mis uñas con gran satisfacción.
-No me insultes llamándome pulga. Esos bichos son unos promiscuos, igual les da un perro, que un gato, cualquier animal, o un humano. Soy una chinche, para que te enteres. Los urbanitas sois unos incultos, no sabéis distinguir entre una vulgar pulga y una elegante chinche. Las chinches somos muy selectivas, solamente chupamos la dulce y delicada sangre humana y cuando no la tenemos, ayunamos y ¡Santas Pascuas!, no como esas zafias pulgas, que les gusta la repugnante sangre de perro, pero si no tienen uno a mano, les da igual cualquier animal o humano que pase por allí.
-¡Que desfachatez! Aun me vienes con monsergas y me contestas con altivez. Te aseguro que te encontraré, aunque te escondas en la más profunda costura del colchón y te aplastaré.
-Pero bueno, ¿a santo de qué viene tanta ira? ¿Qué te he hecho yo? Chuparte un poco de sangre. Eso sí, me he hartado hasta quedar ahíta, he engordado al menos al doble de mi tamaño. Molestarte un poco, también, pero ya te digo que te dejo en paz, al menos, hasta la próxima noche. Es lo mismo que hacen los políticos ¿no? Te molestan una vez para solicitarte tu voto y ya no los vuelves a ver hasta pasados cuatro años, en que se hacen de nuevo presentes para pedírtelo otra vez. Mientras tanto, tú los alimentas exquisitamente, los vistes por los mejores sastres para que tengan la mejor presencia, que de otro modo parecerían lo que son en realidad: unos fantasmones (esto ya lo decía Goya, lo recordarás, se nota que pasé una temporadilla en El Prado), los alojas en los mejores palacios y edificios de que dispone la comunidad, les otorgas honores, guardias de corps, pones a su disposición coches oficiales con chofer, aviones, embarcaciones….
¿Y qué hacen por ti esos elementos en pago de tus atenciones? Te chupan la sangre constantemente, te maltratan, te mienten, te roban, se dirigen a ti como si fueras un imbécil, incapaz de pensar por tu cuenta…. En fin, esos sí que son unas magníficas chinches, de raza especial, superchinches, y además insaciables. Al fin y al cabo, nosotras, las vulgares, una vez que nos hemos alimentado, dejamos en paz a nuestra víctima, no atesoramos, no hemos descubierto, todavía, los bancos de sangre, ni mucho menos que éstos puedan situarse en paraísos fiscales, somos unos bichos muy modestos y rudimentarios.
Al fin me dormí, pero maldiciendo mi pereza, que me había impedido tomar el coche y salir pitando de aquel lugar infernal, cuyo nombre no recuerdo, ni quiero.

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