miércoles, 16 de diciembre de 2009

EN LA TRASNOCHADA 2 (María Jesús Mayoral Roche)

16 de diciembre de 2009


Arrellana-da en el sillón al calor del radiador mis ojos se cierran y repaso el frío el día. He leído la crónica agridulce de mi amiga Azulenca y el último párrafo me hace pensar, recordar. ¡Qué tiempos aquellos en que leíamos Cien Años y Soledad! Era allá a finales de los setenta, era un tiempo de inquietud cultural, de querer leer, de querer comprender las novelas de cierta enjundia, en definitiva, de querer aprender. Y querer aprender es amar la cultura. Y querer comprender es tener interés por lo que trasciende. Ahora, en el presente, es todo lo contrario. Hoy en día sólo triunfa lo intrascendente, lo frívolo hasta llegar a lo zafio.
El éxito editorial del año y la película del verano ha sido la chica, el bidón y la cerilla. No se ha hablado de ningún otro libro, es más, hasta la gente con un cierto nivel cultural ha tragado con la gasolina. Tal vez sea que en las librerías no vendan otra cosa y que no quede más remedio que leer folletines que van contra la cultura y el buen gusto. Por suerte están naciendo pequeñas editoriales que rescatan y editan obras que en otros tiempos merecerían un primer puesto en los escaparates de las librerías. Pero las ventas son las ventas y la cultura no se lleva, no se estila leer a los clásicos. Leer bodrios, en mi opinión, es malgastar el tiempo y el dinero, además de ocupar espacio. La cultura en estos tiempos se escribe con minúscula y es para minorías y la minoría como tal está condenada a agonizar. Las lecturas clásicas sólo pueden no gustar a la gente insensible. Mi madre, una madre de la posguerra, una madre con escasos estudios, no deja de emocionarse cuando le doy a leer a Dikens, a Tolstoi, a Waltari… Toda esta bazofia cultural que nos están sirviendo por metros cúbicos de papel en las grandes librerías está castrando la sensibilidad, la literatura, el pensamiento y hasta el sentido común. Me da pena toda esa gente que lee a la chica del bidón de gasolina. Me hace reír toda esa gente que lee el Codigo da Vinci y encima se lo cree.
¡Qué tiempos aquellos en los que se hablaba de los Buendía y de Úrsula! Qué afán por llegar a entender el mensaje de la magistral novela de García Márquez, qué magnífico empeño aquel ejercicio de lectura y qué farde llevar entre las manos los Cien Años de Soledad. Ahora la cultura se ha quedado en la soledad ciega de Úrsula, ni siquiera eso, porque la vida de Úrsula era una vida vivida. Lo más triste es ver como anega la incultura todo el panorama actual, en todos sus ámbitos, en todas sus formas. Es cierto que lo que merece la pena está escondido, condenado a morir. Me ha gustado que Azulenca recomiende el Palacio de los Condes de Bureta y estoy de acuerdo en que los políticos tiran el dinero financiando la incultura del mal gusto. Pero quizá sea inevitable en estos tiempos de profunda y absoluta decadencia que la inmensa mayoría se deje arrastrar por este fenómeno de la incultura al por mayor, una incultura destinada a los que no ven más allá de sus narices y a todos aquellos que están encantados en dejarse idiotizar. Con estas palabras no quiero ni pretendo ofender a nadie porque eso delataría el interior de una mujer sin compasión, cuando en realidad siento pena por toda esa sociedad ciega que opta por el mal gusto, siento pena por toda esta gente casi analfabeta que sienta cátedra todos los días los autobuses y en los bares, siento pena por todos aquellos que están prisioneros de sus pensamientos, de sus enfermedades mentales. Si toda esta gente supiera que la lectura y el pensamiento han salvado vidas, tal vez, podrían liberarse de sus males. Por suerte, los que estamos en la barricada estamos libres de toda esa vorágine visceral, resistiremos.

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