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para qué ir a mondoñedo
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era más hermosa que un problema resuelto,
era más guapa que la esbelta iglesia de San Vellín.
Yo estaba sentado en una piedra esperando
el autobús de Mondoñedo: el cuerpo humano, el culo frío
y la respiración pulmonar. De pronto –porque fue de pronto-
la vi en la carretera viniendo hacia mí,
tal vez viniendo hacia mí.
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Desmesurada y eficaz, vestida de negro y salmón, sin puertas,
arremolinando todo a su paso, como el pelotón del tour.
Las vacas se volvían a mirarla, los niños se volvían a mirarla,
los trigos se volvían a mirarla.
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Dejé pasar el autobús de Mondoñedo, naturalmente.
Ay, ojos que te vieron: paloma turca.
El mar salado, el cielo soso, el horizonte abierto
y ella en medio, como una tormenta marchosa,
como un plato grande de aceitunas,
llenando el paisaje con sus reales medidas de mujer imposible.
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Nunca llegué a Mondoñedo, claro.
Para qué ir a Mondoñedo después de haberla visto.
Con ella se acababa el mundo y todo lo demás.
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Era más hermosa que un bosque de hayas,
una ola y otra ola y otra ola,
íntima como un beso a dos,
geográfica, suave, final.
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……………………………………………….Paula Parcial
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