jueves, 17 de diciembre de 2009

El fin del arte (Servando Gotor)


Desde el año 2000 los juicios civiles se graban y, por tanto, cuando el procurador adquiere el CD de tal grabación, la SGAE moja a costa del justiciable quien, salvo el espectáculo del foro, ningún otro obtiene por tales pagos. Ello encarece la Justicia. Menudencias: un ejemplo más de la depravación del sistema. Y para colmo nos insultan: “que el artista no cobre –dicen- supondrá el fin del arte”.

Bonita querella: “el fin del arte”. Unas veces se entiende por “fin” el “final” y otras la “finalidad”, acepciones a veces distintas y hasta contrapuestas.

En cuanto a la “finalidad” del arte queda muy lejos de ella la “profesionalización” del artista, como algún listillo piensa. El arte, no es un oficio ni una industria, no es una forma más de ganarse la vida. Ello no empece que sus frutos generen un mercado, mercado que por lo demás puede revelarse y rebelarse como el peor enemigo del arte (y eso lo venimos viendo cada vez con mayor frecuencia).

No, la verdadera finalidad del arte es la belleza. Sin más. Lo que no obsta a que el artista, amén de crear pueda vivir de ello, circunstancia que puede ser mejor o peor, según casos y circunstancias. Por ejemplo, resulta nefasta si a esa belleza la empañan espurios intereses llevando al artista a fabricar productos comerciales en lugar de verdaderas creaciones artísticas (“la belleza es verdad” –Keats-). Y ahí sí que nos hemos cargado al artista y, con él, al arte que ulteriormente pudiera depararnos. Ahora bien –al margen de lo que podamos perdernos con la desaparición del artista-, optar por la industria en vez de por el arte no es en sí ni bueno ni malo. Lo negativo es hacernos pasar a un fabricante por un creador y a un producto por una obra de arte.

Pues bien, lo que la SGAE protege con su injusto canon no es el arte sino la industria.

Cosa distinta es que el artista tenga derecho a cobrar por su trabajo. Y cuanto más, mejor. Faltaría. Pero que se lo pague libremente quien quiera y quien pueda, si ello es técnica y jurídicamente posible. Y si no lo es, resulta inadmisible que paguemos todos indiscriminadamente, nos guste o no su arte, lo disfrutemos o no, o se nos recorten libertades a todos sólo por favorecerle a él (la amenaza de supresión de páginas web va por ahí). Bajo ningún concepto. Y al artista o supuesto artista que le parezca mal, que se dedique a otra cosa. Punto. Que en los mejores museos la representación del menesteroso supera al opulento. De modo que no asustarse por los catastrofistas que confunden el fin del arte: las mejores obras de Goya, su verdadera genialidad e inestimable aportación al mundo son sus pinturas negras. Y las hizo para sí mismo, para su famosa quinta. Van Gogh no vendió más que un cuadro en su vida. Balzac anduvo eterna e irremediablemente entrampado. Y la música, en fin, la buena música, que existe desde que el hombre es hombre, ha surgido y subsistido la mayor parte de la historia sin necesidad de mercado ni grabaciones. No, no confundirse. Esa industria discográfica, en los últimos tiempos no sólo ha aportado muy poco al verdadero arte, más bien lo ha perjudicado produciendo y vendiéndonos lo que han querido y cuando han querido, al precio que unilateralmente han impuesto, y a su modo: en “packs” saturados de basura. La SGAE no defiende ni a Mozart ni a Wagner. Ni siquiera a los cantantes de moda. Defiende una industria agonizante que muere matando. Una industria que ha sido muy eficaz con productos y profesionales mediocres y manejables pero que poco o nada ha añadido al arte. Ahora se acabó el ciclo. Y a fin de ciclo, re-ciclaje.

(11/12/09)
(Servando Gotor - El Comarcal del Jiloca, 11/12/09)

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