soy minera
.
Con un arreón de animal obrero hacia los adentros,
he sentido de pronto, como siempre, la aguda necesidad
de bajar a la mina: de ensuciarme de lodo y de carbón,
de respirar el aire escaso y viciado de las últimas galerías,
de rasgarme los muslos contra las aristas de piedra negra,
de oler el aroma a cadáver y a tumba de los pasillos húmedos,
de sentirme muerta y enmohecida bajo tierra,
definitivamente perdida en los túneles interminables.
.
Ay, cada día, cada hora, la misma necesidad visceral de bajar
a la mina, de lamer los líquenes azules que tienen el exacto
sabor de la luna, de revolcarme desnuda en los charcos de lodo,
de aspirar el aire envenenado de grisú, de beber el agua sulfurosa
que gotea y se pudre en la oscuridad: de sentirme debajo,
dentro de la tierra, posiblemente muerta.
.
Ay, siempre conteniendo la urgencia de bajar a los sucios
subterráneos, de sentir la piel herida, el dolor de la roca
contra el vientre, el negro carbón duro en la boca, y la asfixia,
el sabor oxidado del aire, temblando de frío y de miedo
y de placer, tal vez violentamente muerta.
Sí, soy como un pesquero que arrastra una ballena:
bajo de aguas, bamboleándose despacio, con la barba mojada,
bebiéndose la sangre y buscando el bulto, cabeceando a caballazos
y derrotando a la izquierda.
.
Ay, ¿me moriré haciendo aspavientos como una paloma herida,
o tal vez atragantada, o perdiendo sangre a la pata coja?
.
Nada es mío todavía, nada es mío.
Rebeca Parcial Parcial
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