Hoy he ido a visitar a papá, o tal vez fue ayer. No lo sé.
Llámame sloan, me ha dicho, mi cuerpo se llama sloan
y mis palabras preferidas son vulnerable, azafrán y puerto,
en este orden.
-
Perdóname, Rebeca, pero dime cómo o, por lo menos, cuándo:
no recuerdo haberte ofendido, pero son muchas, ya demasiadas,
las cosas que no recuerdo. El color del mar, por ejemplo,
o qué carajo es una golondrina: me suena a gasolina y a golosina,
pero no caigo, no acabo de caer.
-
Tampoco acabo de recordar en qué se diferencian un hombre
y una mujer. Y un peine, ¿para qué sirve un peine? Qué balumba
de palabrerío: yo creo que con menos de la mitad nos arreglaríamos.
-
¿Y una hija? Esta mañana se me ha acercado una mujer, creo que
era una mujer, y me ha dicho: soy tu hija. Y luego se ha quedado
mirándome como si yo tuviera que hacer o decir algo especial.
Pero qué. ¿Era amiga o enemiga? ¿Me pedía dinero, acaso?
¿venía a detenerme, a traer una receta de cocina, a mirar escaparates,
a quejarse?
-
¿Qué es, qué coño hace una hija? En todo caso, no me ha caído
simpática: se comportaba como si yo le debiese algo. Quizá tenía
que darle la camisa, o el televisor: pero nadie me dijo nada.
Y creo que me porté como un arquero.
-
Llámame sloan y deja que me tatúe una rosa de los vientos
en el bajo vientre. Yo era maquinista, ¿sabes? Como Desdémona.
Como Otelo. Capitán de barco: yo tenía un bajel, una vida azul,
un prestigio.
-
Encárgaselo a sloan, es el mejor, vi cómo ganaba a los bolos
a un escocés, decían. A lo mejor esa que me ha dicho: soy tu hija
era en realidad Shakespeare. Ay, y yo receloso, desconfiando
como un dramaturgo: pero nadie, nadie me ha explicado nada.
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Mi cuerpo se llama sloan. Mis palabras preferidas son vulnerable,
azafrán y acabóse, justo en este orden, exactamente así.
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Llámame sloan, me ha dicho, mi cuerpo se llama sloan
y mis palabras preferidas son vulnerable, azafrán y puerto,
en este orden.
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Perdóname, Rebeca, pero dime cómo o, por lo menos, cuándo:
no recuerdo haberte ofendido, pero son muchas, ya demasiadas,
las cosas que no recuerdo. El color del mar, por ejemplo,
o qué carajo es una golondrina: me suena a gasolina y a golosina,
pero no caigo, no acabo de caer.
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Tampoco acabo de recordar en qué se diferencian un hombre
y una mujer. Y un peine, ¿para qué sirve un peine? Qué balumba
de palabrerío: yo creo que con menos de la mitad nos arreglaríamos.
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¿Y una hija? Esta mañana se me ha acercado una mujer, creo que
era una mujer, y me ha dicho: soy tu hija. Y luego se ha quedado
mirándome como si yo tuviera que hacer o decir algo especial.
Pero qué. ¿Era amiga o enemiga? ¿Me pedía dinero, acaso?
¿venía a detenerme, a traer una receta de cocina, a mirar escaparates,
a quejarse?
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¿Qué es, qué coño hace una hija? En todo caso, no me ha caído
simpática: se comportaba como si yo le debiese algo. Quizá tenía
que darle la camisa, o el televisor: pero nadie me dijo nada.
Y creo que me porté como un arquero.
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Llámame sloan y deja que me tatúe una rosa de los vientos
en el bajo vientre. Yo era maquinista, ¿sabes? Como Desdémona.
Como Otelo. Capitán de barco: yo tenía un bajel, una vida azul,
un prestigio.
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Encárgaselo a sloan, es el mejor, vi cómo ganaba a los bolos
a un escocés, decían. A lo mejor esa que me ha dicho: soy tu hija
era en realidad Shakespeare. Ay, y yo receloso, desconfiando
como un dramaturgo: pero nadie, nadie me ha explicado nada.
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Mi cuerpo se llama sloan. Mis palabras preferidas son vulnerable,
azafrán y acabóse, justo en este orden, exactamente así.
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Rebeca Parcial
Llámame sloan
De Cazador de faisanes, R. y P. Parcial, ‘Las Parcialas’
Ediciones Inéditos Definitivos, Zaragoza, 2008
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