sábado, 5 de diciembre de 2009

Te odio tanto que no te lo mereces (Fabiola)


Te odio tanto que no te lo mereces.
Me gustaría arrancarte los ojos y tirárselos a los cerdos para que se los coman. O arrancárselos a los cerdos y tirártelos para que te los tragues tú: el orden de los factores no altera el producto.
Te pegaría hasta que suplicaras que no lo hiciera. Entonces haría una pausa para sonreírte fijamente. Y seguiría pegándote.
Me encantaría que tiritaras de dolor. Que tuvieras náuseas con tu propia sangre deslizándose por tus mejillas o salpicando salvajemente mi rostro sereno.
Te destrozaría la cara para que tu papá tuviese que pagar un cirujano si quiere volver a reconocerte, y los espejos de tu habitación dejarían de saludarte once veces cada mañana. Tu sonrisa de idiota ya solo sería una brecha más. Tus dientes, teselas para hacer un mosaico. El tetris las cuencas de tus ojos. Como un collage de un niño de primaria. Tan inútil como tu dignidad.

Venganza. Frío. Frío. Muy frío.

Tan frío como la caricia del filo de un cuchillo en el primer contacto con tus dedos. Levantando la piel de una de tus uñas. Tu mano tiembla cuando se cuela por debajo. La piel es el órgano más grande. Comienzas a acostumbrarte al dolor. Pero… tengo que darte un nuevo tirón. Despellejarte es costoso. Gritas a cada trozo de piel intacta que se despega de la carne. No chilles. Eres un gusano. Solo te estoy ayudando con la metamorfosis: a ver qué sale. Sí, sé que duele. Pero no sabía que supieras lo que es el dolor. Ya queda poco. Bueno, solo he llegado hasta el hombro, lo sé. Pero quiero que lo creas, para después decepcionarte. Dolor y decepción. Aguanta. No vas a morir. Quiero que sufras.

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