domingo, 27 de diciembre de 2009

El mal (Servando Gotor)

(Dedicado a los
tertulianos de
Creencias y transcendentalismos aparte, la realidad que se ofrece a la limitada percepción del ser humano se compone exclusivamente de entes y hechos. Los entes pueden ser animados (seres) o inanimados (cosas). Los hechos no son sino movimientos de los entes. Fuera de lo expuesto nada más existe. Huelga expresar que entes y hechos no son en sí buenos ni malos. Los seres vivos se desenvuelven en la naturaleza por criterios de supervivencia, lo que implica a veces que unos (normalmente lo más fuertes) se vean obligados a eliminar a otros. Pero eso, insisto, es un hecho natural y, por tanto, ni malo ni bueno.

Fuera, pues, de entes y hechos, nada existe, siendo unos y otros neutros desde el punto de vista ético y estético.

Es el hombre, único ser con capacidad de valorar, quien califica entes y hechos como buenos o malos, horribles o hermosos. Pero no deja de ser una mera calificación, una mera valoración humana que en nada altera la realidad, la cual sigue indiferente su aséptico y -para nosotros- desconocido rumbo. Entonces, ¿por qué se empeña el ser humano en calificar, en etiquetar todo? Por razones puramente prácticas. Simplemente. Pretende dominar el universo o –más humildemente- que el universo no lo domine a él. Y piensa que para ello nada mejor que vivir en sociedad y desde ella sistematizar y etiquetar todo. Para defenderse hay que vivir en sociedad y para vivir en sociedad hay que organizarla y para organizarla hay que decidir qué es bueno y qué no lo es (moral) para inmediatamente imponer el bien y erradicar el mal por medio del Derecho. Hay, pues, que definir el bien y el mal. Definidos convendrá su imposición (para qué, si no) desde el adoctrinamiento encauzado por ideologías (políticas y/o religiosas) legalmente materializadas.

Y no hay más. Por mucho que nos empeñemos (insisto: creencias y transcendentalismos aparte).

La historia está atestada de profetas y filósofos que han buscado en la realidad datos objetivos sobre los que sustentar una moral pero lo cierto es que, racionalmente, con nuestras limitadas capacidades, a base de muchos reduccionismos, a lo máximo que hemos llegado ha sido al imperativo categórico formulado por Kant: “obra siempre de modo que tu conducta sea generalizable”. Es decir, cuando hagas algo plantéate si eso que tú haces resistiría el que lo hicieran todos. Si es así, es bueno; si no, malo. Humilde conclusión, pero aún no superada.

Eso sí, mediatizada la naturaleza con la razón, el actuar humano transciende la mera supervivencia animal llegando incluso a matar sólo por una necesidad social o artificial. Entiendo aun así que no varía la conclusión puesto que no deja de ser un acto más de supervivencia, si bien de raíces naturales más recónditas o complejas, pero naturales al fin.

Lo que conviene (y aquí quería llegar) es valorar por nuestra cuenta si, una vez metidos en harina, nos interesa o no mantener esa organización axiológica (valorativa). Y, de interesarnos, tendremos que asegurar su imposición con la ayuda del Derecho.

En todo caso, desde nuestra anemia perceptiva convendrá situarse bien a la hora de elegir qué moral y, por tanto, qué leyes nos interesan. Y para ello tendremos que actuar de la forma más práctica. Como referencia objetiva a la hora de elegir baste recordar, eso sí, que occidente ha implantado a lo largo de los siglos unos cánones éticos y estéticos con resultados sin parangón con el resto de civilizaciones.

A partir de aquí, aséptico lector, práctico lector… elija.

Y mientras, felices Navidades o vacaciones de invierno. Como guste.


(El Comarcal del Jiloca, 23/12/09)

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