EL POETA ELOGIA LA HERMOSURA DE SU AMADA, CINTIA.
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Yo era libre y creía poder vivir en un lecho vacío;
pero, conseguida esa paz, Amor me engañó.
¿Por qué habita en la tierra ese humano rostro?
Júpiter, comprendo tus antiguos devaneos.
Dorada es su cabellera y largas sus manos, y espléndido su porte;
tiene un andar tan digno cual si fuera la hermana de Júpiter,
o como Palas paseándose ante los altares Duliquios,
resguardado su pecho con la cabellera de serpientes
de Górgona;
como la heroína Iscómaca, descendiente de un Lápita[1],
presa grata para los Centauros en medio de su embriaguez;
o como se cuenta que Brimó[2], virgen aún,
yació junto a Mercurio en las orillas de la laguna Boebeida.
¡Apartaos ya, diosas[3], a las que el pastor[4], en otro tiempo,
vio despojarse de sus túnicas en las cumbres de Ida!
¡Ojalá no quiera nunca la vejez cambiar este rostro,
aunque llegue a vivir los siglos de la profetisa de Cumas[5].
[1] Los Lápitas eran habitantes de la región montañosa de Tesalia, al norte de Grecia.
[2] Diosa de los infiernos identificada, a veces, con las diosas Hécate y Proserpina. Esposa de Mercurio, de quien tuvo tres hijos.
[3] Se refiere a Venus, Minerva y Juno.
[4] Alusión a Paris, que pastoreaba su ganado en el monte Ida, en Frigia. Fue el raptor de Helena. Intervino para decidir sobre la belleza de las diosas antes citadas.
[5] Ciudad en la que vivía la célebre adivinadora Sibila. A petición suya Apolo le concedió una vida tan longeva que acabó siendo consumida por su vejez.
(Extraído de "Todo amor es grande - Breve antología poética" de Propercio. Editorial "Libros del Innombrable", Zaragoza, 2004. Traducción, notas y pie de entrada: Mariano Berdusán Cabellos).
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