Seguimos en verano. Sí, por favor, otra horchata, ¿cómo?, con pajita, que uno es tradicional. Lo dicho: como estamos en verano me olvido de la crisis. Y lo que me pide el cuerpo en estas fechas es divertirles con un cuento. Pero como abundan tanto (especialmente los chinos, y no digamos con las olimpiadas), me limitaré a contarles mi viaje iniciático de agosto.
Sea:
El mismo ocho del ocho plegué mi barricada. La canícula, los cínicos canes y los apuros y estrecheces cercanos, me hicieron buscar mejores tierras y climas. Cargué la mochila y salí sin rumbo. ¿Hacia dónde? Cuando uno está desorientado, lo mejor es orientarse. Así que hacia oriente. En oriente –decían en la edad media- está el Paraíso y el reino del Preste Juan. Hasta los Reyes Magos eran de allí. Yo –humilde bolsillo, escaso empleo y nulo sueldo- sólo llegué al bar de Paco, a mi derecha si miro al norte: o sea, a oriente. Sí, al bar de Paco, como siempre. Pero esta vez, en lugar de taco-tortilla, me comí una paellita con sangría como un buen turista asiático y, milagro: en la televisión de plasma, un país de ensueño. Unos fuegos artificiales indescriptibles y una chinita hermosísima cantando “Oda a la madre patria” con voz de querubín. Qué cosas estos orientales: ahí nos tenían a Paco y a mí, los dos boquiabiertos, con otros novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y ocho televidentes más. Sí, porque con Paco y conmigo (uno siempre debe citarse el último) sumábamos mil millones.
Mil millones, que se dice pronto. Ya se sabe: hablar de China es hablar de cifras astronómicas. Mil millones. Mil millones de telespectadores engañados como chinos porque luego resultó que los fuegos artificiales eran verdaderamente artificiales, o sea: de coña. Y la guapísima niña que cantaba nos engañó a los mil millones (ya tan jovencica y tan mentirosilla, ¿eh?) moviendo los labios como si fuera ella, Lin Miaoke, quien cantaba, cuando la que verdaderamente lo hacía era la regordeta y desdentada Yang Peiyi. Vaya cuento chino el que nos metió Wang (vicepresidente ejecutivo de los Juegos).
Claro que ahora no es como en los tiempos del Preste Juan o Marco Polo, que decían haber viajado por todo el oriente, contemplado extraordinarias criaturas (hipatias, cinocéfalos, esciápodos y basiliscos) y encontrado las reliquias más sagradas. Y, anda, a ver quién prueba lo contrario. Hacía falta toda una vida para ir hasta allí, volver y desenmascarar al farsante. A veces, no obstante, saltaba la trampa: aparecían tantas reliquias de la cruz de Cristo (lignum crucis) que si las encajabas salían a cientos. Y no digamos las cabezas del Bautista (cabezas de San Juan): se multiplicaban como los panes y los peces. Pero era normal que en la distancia y en el tiempo (porque entonces la distancia sí implicaba tiempo, no como ahora) trataran de vendernos aquellas preciosas guías turísticas: la primera, El viaje de San Bandrán, el clérigo que dijo haber estado por vez primera en el Paraíso Terrenal, luego, los Libros de Maravillas (Mirabilia), como el de Marco Polo. Auténticos “cuentos chinos”, que ya lo decía Gracián: es cosa de cuento todo lo que no es de cuenta.
Pero en estos tiempos en que ni desde China nos engañan, viendo cómo está el patio y la que nos está cayendo, ¿cómo puede este Gobierno, primero sonreír y, segundo, sacar pecho comparando nuestras cifras con las del resto de Europa? Esto ¿qué es?¿El viaje de San Bandrián al bar de la esquina?
Total que he vuelto a la crisis. Y con ella a mi barricada, que aquí hay que plantar cara. Pero antes, anda Paco, anda, otra horchata que me pongo de los nervios. Con pajita sí, que uno, además de tradicional es pelín hortera.
Sea:
El mismo ocho del ocho plegué mi barricada. La canícula, los cínicos canes y los apuros y estrecheces cercanos, me hicieron buscar mejores tierras y climas. Cargué la mochila y salí sin rumbo. ¿Hacia dónde? Cuando uno está desorientado, lo mejor es orientarse. Así que hacia oriente. En oriente –decían en la edad media- está el Paraíso y el reino del Preste Juan. Hasta los Reyes Magos eran de allí. Yo –humilde bolsillo, escaso empleo y nulo sueldo- sólo llegué al bar de Paco, a mi derecha si miro al norte: o sea, a oriente. Sí, al bar de Paco, como siempre. Pero esta vez, en lugar de taco-tortilla, me comí una paellita con sangría como un buen turista asiático y, milagro: en la televisión de plasma, un país de ensueño. Unos fuegos artificiales indescriptibles y una chinita hermosísima cantando “Oda a la madre patria” con voz de querubín. Qué cosas estos orientales: ahí nos tenían a Paco y a mí, los dos boquiabiertos, con otros novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y ocho televidentes más. Sí, porque con Paco y conmigo (uno siempre debe citarse el último) sumábamos mil millones.
Mil millones, que se dice pronto. Ya se sabe: hablar de China es hablar de cifras astronómicas. Mil millones. Mil millones de telespectadores engañados como chinos porque luego resultó que los fuegos artificiales eran verdaderamente artificiales, o sea: de coña. Y la guapísima niña que cantaba nos engañó a los mil millones (ya tan jovencica y tan mentirosilla, ¿eh?) moviendo los labios como si fuera ella, Lin Miaoke, quien cantaba, cuando la que verdaderamente lo hacía era la regordeta y desdentada Yang Peiyi. Vaya cuento chino el que nos metió Wang (vicepresidente ejecutivo de los Juegos).
Claro que ahora no es como en los tiempos del Preste Juan o Marco Polo, que decían haber viajado por todo el oriente, contemplado extraordinarias criaturas (hipatias, cinocéfalos, esciápodos y basiliscos) y encontrado las reliquias más sagradas. Y, anda, a ver quién prueba lo contrario. Hacía falta toda una vida para ir hasta allí, volver y desenmascarar al farsante. A veces, no obstante, saltaba la trampa: aparecían tantas reliquias de la cruz de Cristo (lignum crucis) que si las encajabas salían a cientos. Y no digamos las cabezas del Bautista (cabezas de San Juan): se multiplicaban como los panes y los peces. Pero era normal que en la distancia y en el tiempo (porque entonces la distancia sí implicaba tiempo, no como ahora) trataran de vendernos aquellas preciosas guías turísticas: la primera, El viaje de San Bandrán, el clérigo que dijo haber estado por vez primera en el Paraíso Terrenal, luego, los Libros de Maravillas (Mirabilia), como el de Marco Polo. Auténticos “cuentos chinos”, que ya lo decía Gracián: es cosa de cuento todo lo que no es de cuenta.
Pero en estos tiempos en que ni desde China nos engañan, viendo cómo está el patio y la que nos está cayendo, ¿cómo puede este Gobierno, primero sonreír y, segundo, sacar pecho comparando nuestras cifras con las del resto de Europa? Esto ¿qué es?¿El viaje de San Bandrián al bar de la esquina?
Total que he vuelto a la crisis. Y con ella a mi barricada, que aquí hay que plantar cara. Pero antes, anda Paco, anda, otra horchata que me pongo de los nervios. Con pajita sí, que uno, además de tradicional es pelín hortera.
(El Comarcal del Jiloca, 22/08/09)
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