Desde los balconcillos verás esas extrañas cosas, al parecer de otro mundo y casi eternas: nieves, cremas, hongos purísimos, rocíos, huevos, espejos: para marosa son fácilmente descifrables; enrique (lihn), en cambio, no las alcanza: a ese pequeño sistema planetario, dice, le falta la cuarta dimensión. Mmmm. Asomado a estos amenos balconcillos podrás conocer, si te interesa, la historia del piantao, matarife de un pulcro frigorífico del sur que mantuvo relaciones carnales con equívocas flores. Acusado, condenado y recluido entre rejas, forjó el sentido de su vida, de su muerte: la (altiva) petalización de los actos, la explosión florida. Sin duda, en días venideros, las umbrías flores del orco lo recordarán.
Conocerás, si te interesa, la curiosa historia de günter: al abrir la ventana, la habitación se le llenó de (molestos) arenques y de (más molestos) marineros, capitanes y timoneles que con frecuencia se acercaban a la ventana para pedirle fuego -el tabaco que fumaban era malísimo, al parecer-. Y la también muy curiosa historia del búmerang y el perro coli -un coliperro, un colibúmerang-: cuando los lanzaba, retornaban tiernamente de lo eterno. Cuando estaban lejos eran un colibrí; al acercarse, un caribú, o traían entre las alas más de un maribú. Pero lo más hermoso de la historia es: al lanzarlos: cada beso / cada ave / cada suave / cada vuelo / cada suelo / cada ala / cada ola / cada cola / caracola / cada alma / cada oro / cada hora / cada ahora / el corazón.
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