jueves, 16 de septiembre de 2010

LA NOSTALGIA DEL PSOE (Armando Bulla)


Presentación en el Senado de un libro de memorias de José Federico Carvajal. El acontecimiento reúne a lo mejorcito de las viejas glorias del socialismo. Felipe González, no está. Excelente muestra de trajes de buen corte, caras bronceadas, implantes capilares, liftings, sonrisas perfectas, melenas de exquisito tinte y corte, todo ello salido de las manos de nuestros mejores sastres, esteticistas, dentistas, cirujanos plásticos, peluqueros…. Se invocó a Pablo Iglesias, pero si al abuelo se le ocurre darse una vuelta por allí habría quedado asombrado de lo que había dado de sí aquella reunión inicial en la taberna de Labra, donde, entre soldaditos de pavía y vasos de vino peleón, se fundara el PSOE. Como mínimo habría considerado que la O se había perdido por el camino. Todos ellos habrían concurrido al acto por alguna razón: unos porque son amigos del antiguo Presidente del Senado, otros por ver y dejarse ver, aquellos para conspirar, o tratar de hacerlo, contra una generación de socialistas, más jóvenes, el frente zapaterista, que ha tomado el poder del partido y los ha arrinconado. Yo, simplemente, porque pasaba por ahí. Y, también, porque no decirlo, por cierta simpatía hacia el personaje, que siempre me pareció íntegro y sincero.

Alfonso Guerra con el desparpajo de siempre y su fluido discurso hizo una presentación del autor en la que él mismo cobraba tanta relevancia o más que el presentado, evocando aquellas sesiones con Fernando Abril para el trabajoso parto constitucional, pero con mesura, salpicando su discurso de elogiosas frases también para el antiguo Presidente del Senado don José Federico, que en algo contribuiría en ello (¡anda qué no es listo el Guerra!). Nos quedamos con la sensación de que la Constitución se concibió y gestó entre manteles y cubiertos de los mejores restaurantes de Madrid. Entre las anécdotas que contó Alfonso Guerra y que arrancaron las sonrisas del personal, señaló algunos de los soporíferos discursos que, según él, tuvieron que aguantar los constituyentes de alguno de los padres de la patria, y puso el ejemplo de uno sobre la defensa del idioma español, del que no mencionó el autor, pero del que leyó un extenso párrafo entre la hilaridad de la concurrencia. El discurso, desde luego, era almibarado y pomposo, inflado de vanos conceptos historicistas, pero elaborado, con una sintaxis irreprochable y cierta ordenación de las ideas, con un amplio catálogo de adjetivos, alguien había puesto atención en desarrollarlo. Comparé aquel melifluo discurso con el bronco alarido actual de muchos de nuestros parlamentarios, su insulto de andamio, su pobreza verbal y el estereotipo de ideas y, puedo asegurarles, que yo no sonreí ante la gracieta de don Alfonso.

Terminó el acto con unas breves palabras de don José Federico de Carvajal, visiblemente deteriorado su estado físico, pero con una envidiable claridad de pensamiento, animando a seguir luchando por la democracia con la única arma útil: el voto; el voto otorgado al partido de nuestra convicción, sea de derechas o de izquierdas, nacionalista o nacional y alegando –ojo- que la alternancia es saludable.

Armando Bulla.

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