Septiembre, el mes más bonito del año. Eso dice mi padre y le doy la razón. En esta trasnochada me vienen a la memoria algunas otras que, no por lejanas, quedan olvidadas. Eran aquellas que me impacientaban y me dejaban nerviosita de sólo pensar que al día siguiente comenzaba el primer día de clase. La llegada de septiembre suponía decir a adiós a las chanclas y que me calzarán aquellos Gorilas marrones atados con cordones que pesaban como piedras, endosarme el uniforme azul marino de Tergal que picaba a rabiar y encajarme un cuello blanco que cada vez que mi madre me lo abrochaba parecía estrangularme. Atrás quedaba el verano y la nostalgia de una estación repleta de emociones y todo se desvanecía en medio de aquella placentera somnolencia matinal.
“Corretear en otoño por el Paseo de Ruiseñores era como escuchar un adagio. Las tonalidades rojizas y amarillentas de las copas de los árboles, la intensidad siena de la tierra y el desprendimiento acompasado e impúdico de las hojas, que caían acolchando el suelo que chasqueaba a nuestro paso, y ese viento cadencioso que se despertaba al atardecer orquestaban al paisaje satinado por los últimos rayos de un anciano sol otoñal. Era como asistir a un concierto.”
Este párrafo corresponde a mi primera novela “Los Castaños de Indias”. Así lo escribí en 1995 y era así como verdaderamente lo recordaba. Una compañera de clase y amiga me preguntó: ¿Es así como viviste y recuerdas el Paseo de Ruiseñores o ha salido de tu imaginación? Aquella pregunta me dejó un tanto descolocada, ya que durante muchos años hicimos juntas aquel Paseo. Le contesté: Sí, claro, yo lo viví así. Ella me respondió: Yo no me acuerdo de nada.
¿Cómo es posible olvidar septiembre? ¿Cómo olvidar aquellos maravillosos y lluviosos otoños?
“Nos gustaban los días de lluvia. A la salida del colegio venían a esperarnos la madre de Almudena y mi tía con los paraguas, impermeables y las botas de agua. Las dos salíamos corriendo a la calle para meternos en los charcos, cuanto más grande y más profundo, más contentas. Nuestro charco preferido se formaba en la primera esquina del Paseo, era enorme y en otoño se quedaba casi cubierto por la hojarasca. Nosotras lo contemplábamos como si fuese nuestro lago particular, nos metíamos en él y el agua casi rebasaba nuestras botas.”
Otro amigo, no mucho tiempo después, me comentaría: Es verdad, tienes razón. El charco más grande se formaba en la esquina y me he ido hasta allí para recordarlo.
Y ahora, en esta trasnochada, recuerdo aquellos septiembres dorados, lluviosos y cubiertos de hojas secas que crepitaban a nuestro paso. Y repasando las imágenes que me cede la memoria doy gracias al sentimiento que las dejó plasmadas.
María Jesús Mayoral
Foto.- Fin del verano en Mondello (Sicilia).
Sin duda una de las más hermosas "trasnochadas". Esos párrafos son preciosos. Poesía pura.
ResponderEliminarBesos y bienvenida, María Jesús.
Bienvenida de tu veraneo (concepto ya en desuso, salvo, por lo visto, para ti, los demás hemos de conformarnos con unas proletarias vaciones). Puñetera envidia.
ResponderEliminarEspero que este otoño sea igual de placentero que el que evocas. saludos.
Bueno, querido Antonio, ya ves que he regresado de la Eolias;pero quiero decirte que un mes después temblaron las islas de Vulcano y Lipari. Un minuto duró el temblor y todos pensaron que lo peor estaba por llegar... Un tsunami.
ResponderEliminarA pesar del peligro que ofrece navegar entre medio de tanto volcán, hacer las Eolias ha sido todo un lujazo.
Gracias por vuestros comentarios.
María Jesús
¿Un mes en las Eolias? enhorabuena, eso si que es olvidarse de la rutina.¡cómo me gustaría poder hacer un viaje así!
ResponderEliminarYo creo que lo difćicil no es tener ese mes, sino no boicoterse a uno mismo para conseguirlo sin culpabilidades ni urgencias, ni, en fín, obstáculos.
Muchas veces somos nosotros quienes nos prohibimos cuidarnos. Siempre hay cosas más importantes.
Mis magras vacaciones consistieron en 4 días en un hotel hotel-talasso. Allí, entre otras tontadas, tenían una especie de piscina con muchos chorros de agua, que entraba en el tratamiento. Había mucha gente chapoteando encantada de la vida y les pedí que me cambiaran esa actividad porque no soporto la humanidad en conserva o al baño maría.Pensaron que me faltaba un tornillo y no aceptaron.
La verdad es que, además, me pareció absurdo meterse en un sitio de esos llenos de agua de mar limpia -talassoterapia- en los que mientras te caen los chorritos de agua, ves el mar a través de un cristal. Es abusrdo. Es muchísimo mejor ir directamente al mar y dejarse de tonterías.
Aquello parecía una cárcel en la que ls presos se asoman a los barrotes para contemplar el exterior.
O una pecera llena de peces en cautividad anhelantes de mar abierto.
Una tortura que se resuelve saliendo al aire libre.
Que raros somos los humanos en general y que cosas nos divierten. La verdad, estamos perdiendo el contacto con la naturaleza.
Enhorabuena por ser capaz de tener unas vacaciones comme il faut!!
Vladimira
Vladimira, dices a veces que no tienes sentido del humor. Tu comentario es desternillante. Y el punto culminante es cuando dices que "pensaron que me faltaba un tornillo". ¡Encima!
ResponderEliminarHombre, es verdad el dicho ese que dice: "La torre de Pisa está recta, lo que está torcido es el mundo". Bueno, pues, está claro que a media humanidad le falta un tornillo. Tu cabeza es absoltamente normal. Al menos igual que la mía y un montón de gente con la que trato.
El mundo está loco, loco, loco (¿no era esto el título de una película?)
Deducción: tuviste unas vacaciones superexóticas: Debiste de sentirte en Marte. Una grandísima experiencia. (eso de ver el mar a través de un cristal, teniéndolo a la vuelta de la esquina... ¡es brutal!
Qué importante tener una mente crítica, expectante y despierta: se ven cosas que por muchos kilómetros que hagas son difíciles de encontrar.
Besos.
Valdimira tu comentario es refrescante como una ventana al aire fresco de la calle.
ResponderEliminarEn cuanto a la afirmación de Servando de que tu cabeza y la suya y la de la mayor parte de los que trata (entre los que me incluyo yo) son cabezas normales, si por eso hemos de entender un standard, pues mejor que no. Que nos deje vivir la ilusión, quizá errónea, de que no respondemos al modelo standard.