Para acabar el año y empezar el próximo, un poco de arte (Arte) lírico y taurino, con este maravilloso y sarcástico poema de albero de Paula Parcial, extraído de Cazador de Faisanes y hecho de amor y sangre, en la voz de Roberto Plural, nada menos.
Escucharlo aquí: Sin palabras de amor.
No perdérselo.
Las hermanas Parcial (Paula y Rebeca), así como Vladimira y el propio Roberto Plural o Mariano Berdusán (en su faceta de poeta/traductor), han sido los magníficos descubrimientos del blog de poesía "balconcillos", una antología en la que es necesario perderse a menudo para, huyendo del mundanal ruido, descubrir, disfrutar y saborear el cielo poético, siempre tan extrañamente a mano: desde los viejos romances castellanos hasta la poesía moderna más audaz, desde la elevada sencillez y delicadeza de Emily Dickinson hasta la desgarradora poesía prosaica sucia, cruel y maravillosa de Charles Bukowski, exboxeador, borracho y sublime, pasando por Bob Dylan o Pessoa.
Otros poemas (también en balconcillos) recitados por Roberto Plural:
El último resto de la última endrina
Romancero: la jura de Santa Gadea
Más poemas recitados por sus propios autores, ya consagrados, aquí:
Poemas en audio
En fin, hago especial hincapié en los audios, especialmente para los no iniciados, pues el oír poesía (o mejor aún, el leerla en alto, recitándola) es la mejor forma de acercarse y descubirla. Descubrir esos mundos tan maravillosos que aunque parezca mentira los tenemos aquí, a mano, a la vuelta de la esquina. Milagrósamente cercanos.
Feliz año.
sin palabras de amor
Sin palabras de amor, dulcemente, el viejísimo
Jordan Pulmones se está muriendo en su vagón,
sosegado, sin saberlo, dejándose llevar
por el sabroso sueño de la siesta, mientras van
creciendo entre sus dedos las tiernas ortigas
de la muerte.
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Jordan Pulmones, ay, el mendigo que fue
camarada del general Archer, sí, cuando entonces.
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Se muere dejándose arrullar, tumbado en el vagón
que ha sido su casa durante más de treinta años,
sucio y acogedor, con la luna y las estrellas pintadas
en el techo.
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Jordan, polaco y orgulloso, fue también pastelero
en Dresde, amante de los caballos y cazador de faisanes.
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La muerte lo mata despacio, con aromas de pastelería
en la boca: nata, vainilla, chocolate y canela. Va manchando
su piel con los tenues colores de la pólvora y de la vida.
La muerte ciñe su carne tomándole las medidas, acariciándole
los muslos y el cuello con mucha suavidad, tristemente.
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Jordan cabecea sin tropezar los engaños, templando y
sin caerse del cartel. Cambiando el viaje y tomando terrenos
contrarios, metiendo la cara y mirando alto, el viejísimo
Jordan Pulmones se entrega despacio, moderando la codicia,
cascabelero y con casta.
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La muerte oxida sus huesos, esparce oro y menta
alrededor del castigo y, cerrando con celo, se centra
para la última verificación: lo cita de frente y clava,
dejando su certificado sobre el raído chaleco de Jordan.
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Ay, Jordan Pulmones, que pudo ser director general
de la Esso, que conoció a Chaplin y al pequeño de los Lunetti.
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Hermoso como un atardecer sin cigüeñas, alto de palos
y ancho de sombrajo, Jordan inspiraba confianza y desdén:
pudo ser casi infinito.
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